Jesús fue, me dicen, la sexta o séptima víctima del virus. El dato no es exacto, proviene de los habitantes del Cereso que sólo pueden hablar al tanteo porque las autoridades han manejado todo en la más absoluta secrecía y a partir de criterios por demás excéntricos: a unos infectados los envían al área conyugal y a otros los dejan en sus galeras, y nadie sabe cómo eligen a cada cuál.
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