Cuando detectan una crítica contra el rabí del totoposte, los chairos responden por reflejo con descalificaciones que incluyen estas tres opciones: chayotero, neoliberal o conservador.
No voy a tocar aquí las referencias al neoliberalismo ni al conservadurismo que los chairos repiten sin entender ni qué pedo. Voy a entrarle nomás al rollo del chayo y eso porque Layda me inspiró cierta misericordia hacia sus perros de prensa. Va:
Chayotero es el periodista o medio que elogia al poder, no el que lo critica, amado chairo.
El origen del chayo lo encuentran en el mandato de Díaz Ordaz. En alguna población de Tlaxcala, mientras el presidente inauguraba un sistema de riego, enviaban a los reporteros con un funcionario de la Presidencia que, semioculto por un chayote, les entregaba dinero.
Desde entonces a la prostitución periodística alentada con recursos públicos se le conoce con ese nombre.
Los encantos del chayo radican en el sigilo y la simulación. La entrega del dinero se hace de mil maneras, desde el pago de publicidad en revistas que nadie lee hasta el sobre manila, pero siempre en lo oscurito, y su efecto es público e inmediato: una metralla de halagos.
Funcionarios y periodistas esperan que la ciudadanía, al ignorar la zona oscura del convenio, concluya que los elogios de la prensa nacen del reconocimiento al buen gobierno.
El ritual es por todos conocido y ya no sorprende a nadie, pero los políticos y la prensa siguen confiando en ese mecanismo mercantil de la misma forma que nosotros, los papás en la era web, confiamos en que nuestros niños, que navegan con destreza por los rumbos más sórdidos del ciberespacio, siguen creyendo en los Santos Reyes.
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En su Martes de Enjuagar, Layda atentó contra los sacrosantos principios del chayo.
Primero, hizo que los periodistas de su chiquero se presentaran en su show para ser exhibidos, con lo que la secrecía de los convenios se fue al caraxo.
Luego los puso a leer, sabrá dios qué, para probar su obediencia, y por último les prometió un dinerito para que fueran a cenar terminando el programa.
Una tragedia.
Esa noche vimos a quienes han ondeado la bandera de la ética periodística despedazar su trayectoria por la mala cabeza de la Jaguara, y no sólo eso:
Confirmamos que la glorificación de Layda en la que hoy se esmeran, como antes la de Alito y demás, obedece a una transacción en la que la integridad profesional, vestida de licra y zapatillas altas y despojada de rubores de doncella, se alquila al gobierno y lo presume.
El único que salió ileso de ese exterminio fue mi hermano Tomás Zapata, que es inmune a todo porque ha reconocido, urbi et orbi, que sus encomios no son gratis, que sus besos cuestan, y con eso cedió los golpes de pecho a los perros de prensa que juraban habitar el santuario de la honestidad, hasta que llegó la loca pelos de achiote y los dejó empelotas y a la intemperie.
Besitos,
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.