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El jaguar sordo

El 16 de diciembre de 2021, los integrantes de la Orquesta Sinfónica de Campeche (OSCAM) fueron citados a una reunión a la que les impidieron ingresar con celulares, mal síntoma; una vez ahí, los forzaron a firmar sus renuncias bajo la amenaza de que quien no lo hiciera no recibiría salario ni aguinaldo, y para suavizar el trance les prometieron, por la virgencita de Chuiná, que serían recontratados pronto, apenas la Secretaría de Cultura sufriera las modificaciones necesarias para ponerla en sintonía con la 4T. La renuncia era un simple trámite, les dijeron.

Un día después se celebró el Magno Concierto de Navidad en el marco del XXIV Festival Internacional del Centro Histórico (FICH). Ese día cantó Regina Orozco acompañada por la OSCAM dirigida por el maestro Eligio Fuentes Rosado. La foto que adorna este post en la que vemos a doña Layda, conmovida, rindiéndole honores a los artistas, pertenece a esa noche y pueden encontrarla, entre muchas otras, en la página Facebook de la gobernadora.

La OSCAM se creó en 1998 con músicos de distintas agrupaciones del estado. En los 24 años transcurridos desde entonces ha participado en varios festivales, entre los que destaca el Cervantino, y ha acompañado a artistas como José Carreras, Filippa Giordano y Javier Camarena.

La Orquesta la conforman 80 músicos cuyas edades van de los 18 a los 60 años. Cada año celebraban dos o tres temporadas de conciertos en el teatro Juan de la Cabada o en el Francisco Paula Toro, y en su repertorio hay de todo: música de cámara, clásica, popular, tradicional campechana y, por supuesto, nada de raeguetón.

La noche del Magno Concierto de Navidad del 17 de diciembre pasado, los músicos de la Sinfónica Campechana trabajaron cuando ya estaban despedidos. Tres meses después, la promesa de la recontratación sigue sin cumplirse, la información sobre el futuro es incierta y ningún funcionario se atreve a asegurarles el empleo o a confirmarles el despido; atorados en ese limbo angustioso algunos integrantes de la OSCAM han tenido que tomar acciones desesperadas para sobrevivir.

Y es que, caraxo, no todos tienen la dicha de doña Layda, que en sociedad con su familia posee más de 700 propiedades sólo en Campeche, y departamentos en París y Londres y mansión de 100 millones de pesos en el Pedregal de la CDMX o fincas cafetaleras en Chiapas o un sinnúmero de gasolineras o un extenso etcétera, riqueza que ha amontonado interpretando el personaje de luchadora social de izquierda enemiga de la pobreza (como es notorio), convencida de que primero los pobres y comprometida con las causas más sentidas del pueblo bueno y sabio.

Para mayor desgracia de la Sinfónica, Layda es un personaje de canción pop de los noventas: Layda no está, Layda se fue, Layda se la pasa huyendo de Campeche, empeñada en campañas políticas en otros rumbos y en respaldar las aspiraciones de la Sheinbaum, por lo que no tiene idea de lo que sucede en el estado que gobierna. Así que los músicos dependen de que en uno de tantos viajes, entre el mitin, la marcha y el viaje en avión a la siguiente escala, alguien le comente a doña Jaguara de las promesas incumplidas y la situación de la OSCAM para que ella escriba, de una vez por todas, el finale de esta sinfonía.

Y quién sabe. La señora no tiene idea de las complejidades del gobierno ni tiempo para aprenderlas. Desde que despedazó la delegación Álvaro Obregón supo que no es lo mismo ser borracho que cantinero, tal vez por eso evade su compromiso como gobernante y se empeña en la campaña perpetúa. Sólo que en este episodio esa evasión representa jugar con el hambre de los músicos y sus familias, y eso ya no es un juego, es una crueldad.

Si no sabe cómo solucionar este conflicto, doña Layda, le doy una idea gratis: imagínese como lo que siempre fue, una opositora con respuestas para todo, tome el tema de la Sinfónica, vístalo con proclamas revolucionarias y luego miente madres contra el gobierno insensible que cometió semejante bajeza contra el arte. Verá cómo la Layda opositora remediará de inmediato este desastre promovido por la Layda gobernadora.

Besitos.

Tantán.

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Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.

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