La niña tiene doce años; se llama, digamos, Elizabet. Su acosador ya no se cuece ni con varios hervores: tiene treinta y cuatro años, se llama, digamos, Mario, dice ser licenciado y es propietario de una funeraria.
Mario tenía empleados a los dos tíos de la niña en su negocio y se acercó a la familia argumentando preocupación por Elizabet y deseo de aconsejarla en esa edad tan difícil. Para María, madre de la niña, fue una bendición que alguien como el licenciado aportara la figura de autoridad del padre que no hay. María es madre soltera.
Un día, al revisar los mensajes de su hija en el celular, María encontró varios de Mario, y en uno de ellos le decía a Elizabet que quería hacerla mujer. La madre interrogó a la niña y ella confirmó que el tipo la acosaba y que en una ocasión la buscó en un parque de la ciudad e intentó manosearla, y si no se lo contó a ella, a su mamá, fue por miedo: el licenciado había amenazado con correr a sus tíos si la criatura lo exponía.
Al otro día, María solicitó permiso en el restaurante donde labora y fue al Ministerio Público (MP) a interponer una denuncia. En el documento, aparte de la información de rigor, identificó con claridad al agresor. No sabía el infierno judicial y burocrático en que se estaba metiendo. Ahí mismo le dieron una probadita: la denuncia no procedía porque no llevaba ninguna prueba de lo ocurrido.
En busca de apoyo, María se reunió con su familia y le contó todo, y uno de sus hermanos, llamémosle Carlos, fue con el licenciado y le exigió que dejara en paz a su sobrina o le iba a romper la madre.
Pocos días después, Carlos recibió una visita en su domicilio de agentes ministeriales para informarle que estaba citado por el MP, y además le pidieron documentos personales, fotografiaron su casa y a su esposa, le advirtieron que tenían todos los datos sobre él, que sabían dónde chambeaba y que era mejor que fuera por voluntad propia a la vicefiscalía o lo detendrían por la fuerza. Los agentes no mostraron ningún documento oficial.
Carlos fue al MP pero nadie dio detalles del citatorio ni de ante quién debía presentarse, sólo le ordenaron que esperara. Pasó una hora y, por consejo de terceros, se retiró.
María fue al Instituto de la Mujer de Champotón para que le orientaran dónde y cómo interponer la denuncia sin que el MP la obstaculizara: le señalaron que tenía que denunciar en la ventanilla de Atención Temprana y dar aviso a la Procuraduría de Defensa del Menor. María cumplió con todo y, en efecto, esta vez todo fluyó con aparente normalidad.
Dos días después su familia volvió a recibir la visita de los agentes ministeriales que, a modo de sugerencia, le propusieron que retirara la queja contra el agresor porque no procedía por falta de elementos; pero que la de su hermano sí y era gravísima porque involucraba amenazas de muerte que, a decir del licenciado, tenían su origen en malentendidos laborales.
María no cedió. Siguió acudiendo a las instalaciones del MP Champotón para conocer avances en el caso de su hija, que nomás no marchaba, hasta que por fin la convocaran al Centro de Justicia Alternativa Penal de la Fiscalía General del Estado de Campeche “para resolver a través del diálogo la controversia de índole penal interpuesta referente al delito de Asedio Sexual”.
Así como lo leyeron: en el Centro de Justicia Alternativa pretendían que la mamá de la niña acosada se sentara con el pervertido infame que intentó ultrajarla para platicar sobre el tema como cuates, todo esto de acuerdo, según el MP, al delito de Asedio Sexual, delito que fue borrado del Código Penal desde el 2018. Para escuchar estas ruindades María tuvo que faltar al restaurante y desembolsar el dinero que siempre le falta en el viaje a Campeche.
María asistió a la cita con una idea firmemente anclada en la cabeza: mandarlos a todos al carajo. No entendía el porqué se empeñaban en sentarla a conversar con el pederasta de mierda que quiso destruir la vida de su hija.
Llegó con quince minutos de anticipación, como mandaba el citatorio. A la hora exacta se acercó al encargado del Centro de Justicia Alternativa para informarle que ya estaba en la sala y éste, después de buscar algo en la computadora, le indicó que debía esperar los 15 minutos de tolerancia que tenía la otra parte para personarse. Transcurridos los minutos, fue de nuevo con el encargado y este le dijo que la otra parte posiblemente no se presentara porque no había sido notificada… pero le indicó que podía darle una segunda oportunidad o turnarlo todo al MP de Champotón para que procedan con medidas más severas. María optó por esto último y fue advertida de que estos trámites demoran mucho, unas dos semanas, tal vez más.
Ha corrido mes y medio desde entonces, María ha ido una y otra vez al MP pero la reciben con el mismo sonsonete: no hay nada, venga mañana.
No hay nada. venga mañana.
No hay nada, venga mañana.
Así hasta el día de ayer en que le solicitaron que interpusiera nuevamente la denuncia, a ver si ahora sí.
Mientras tanto, el licenciado sigue con su miserable existencia, arrejuntado con una niña de 15 años que la mamá le cedió a cambio de dinero para el festejo de… quince años; y, que tanto es tantito, a lo anterior agréguenle que Mario está casado, bien casado, legalmente casado aunque no vive con su pareja.
Besitos que se explican ahora por qué tanta gente prefiere la justicia por propia mano,
Tantán.
Ayúdenos compartiendo este texto. Hoy es Elizabet, mañana puede ser uno de tus hijos.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.