Me informan de una aberración: el Tribunal Electoral del Poder etcétera etcétera encontró culpable a la Señorita Layda de haber difamado a Alito al llamarlo traidor a la patria.
Sí, así es: señores magistrados electorales: No lacten.
De inicio, a Calígula Moreno es imposible difamarlo; créanme: se le puede acusar de cualquier cosa, hasta de irle al América, y siempre nos quedaremos cortos.
Los limites morales y éticos que rigen la vida de cada uno de nosotros, Alito los sodomizó desde su más tierna infancia.
Y además de la coraza de infamias que lo protege, a Layda no le falta razón al acusarlo de virabuche. Alito lo fue, lo es. Hay una historia enterrada sobre la votación legislativa de la Reforma Energética que lo confirma. Les cuento pero no le digan a nadie:
Alito prometió a Obrador por la vía de Adán Augusto los votos de la bancada priista para aprobar la Reforma propuesta por Presidencia; y lo hizo, como muchos de sus disparates, precipitadamente.
Teniendo nada lo ofrendó todo.
Luego, Moreno sostuvo varias reuniones con la bancada del PRI en el legislativo para convencerlos de apoyar a Amlo, pero a pesar de sus argumentos, ofrecimientos, regaños, más de la mitad de los diputados se negó a seguirlo.
Normal, existen muchos intereses comprometidos entre legisladores e inversionistas energéticos como para acceder a los arreglos de Alejandro.
En la tercera reunión con los diputados el “nop” se consolidó, y el dirigente del PRI, desesperado ya, advirtió a sus criaturas: “Cuando empiece la persecución contra ustedes ni me hablen para salvarlos”. Después salió a paso veloz y por primera vez Pablito iba detrás.
No se supo nada de él durante varios días, hasta que difundió unas fotos con el embajador de EEUU Ken Salazar acompañada de una nota breve: que se vieron para conversar sobre la Reforma Energética.
La lectura es obvia: Alito no podía presentarse ante Adán Augusto derrotado por sus propios diputados; una señal de debilidad como esa hubiese obligado a Obrador a preguntarse si era pertinente seguir manteniéndolo en la dirigencia del PRI.
Por tanto, Calígula fue a ofrecerse como defensor de los intereses energéticos del imperio, una alianza que lo ayudaba a continuar en la conducción del dinosaurio tricolor y, además, lo aliaba a la mayoría legislativa de su partido contraria a la Reforma, con lo que aparentaba tener el control de sus huestes.
Lo demás es comedia: vimos a Alito levantando el puño, gritando consignas patrióticas salvajes, papá, bestiales contra la 4T, poniendo el pecho a las balas como poseído por el espíritu de Juan Escutia.
Amlo y Adán se sintieron traicionados por partida doble: primero, por la promesa quebrada de Alito; y luego, por la entrega de ese parásito a los intereses del imperio. Entonces decidieron castigarlo.
La encargada de acribillar al traidor fue Layda, las armas fueron los audios y mensajes en los que Alito quedó a descubierto, y el medio fue el Martes del Jaguar.
El escándalo alcanzó dimensión nacional y Alito se convirtió en el personaje político más odiado de México.
Esa fue la historia.
Por lo consiguiente, esta vez me toca defender a la Salomé del Trópico.
Según la RAE, difamar es acusar falsamente a alguien con la intención de dañar su reputación. Aquí no hubo mentira en los dichos de la Señorita Layda y, como ya dijimos, la reputación de Alito está tan de la reputada madre que cualquier fechoría que se le atribuya es un elogio.
Besitos laydistas por un día.
Tantán.
Post scriptum: Tiempo después, doblado y temeroso, Alejandro regresó al redil obradorista donde le encargaron la misión que ahora desempeña con gran entusiasmo: despedazar a Xóchitl. Pero esa historia merece una ronda de cervezas en el Hawai de mi amigo Níder.
Post scriptum two: Agradezco al diputado que prestó testimonio para estas líneas.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.