Ver que AMLO es celebrado en los aeropuertos, donde la gente lo abraza y le pide fotos, bendiciones y milagros, deslumbró a nuestro goberladrón Alito Moreno. De pronto intuyó que algo había causado disturbios en el gusto de la perrada, antes tan propensa a fascinarse con las suburbans blindadas y mandriles armados y ahora subyugada por la ostentación de la humildad, y entonces quiso ser líder sin ayuda del aparato escenográfico.
Hubo problemas para conseguir un vuelo donde el Supremo Lactante ejecutara su primer acto como Peje subalterno, porque en el aeropuerto local sólo se mueve su avión privado, el matrícula N43PJ, al que ya le cambió el color para confundirnos y no tiene las dimensiones necesarias para albergar a una muchedumbre ganosa de procesión y selfies con el santo patrono. Caraxo.
Pero alguien le aconsejó que fuera a los tranvías, que por estas fechas se llenan de turistas despistados que toman fotos hasta de las paredes sin revoco tipo Infonavit que Salomón Azar cobró como muralla con experiencia en piratas del XVII; y ahí fue nuestro héroe, enfundado en Louis Vuitton y otras marcas caras con las que intenta barnizar al tlahuica que habita su alma y es el culpable de la decoración Art Naco de su mansión de 100 millones de pesos.
Parado en el estribo del tranvía, Alito actuó. No lo abrazó ni el aire. Sólo su equipo de comunicación social y los textoservidores contratados para el evento se esmeraron con las imágenes. Alito y su circo se fueron y el tranvía inició su recorrido. Minutos después, una turista peló los ojos, dejó de mordisquear el popote y su exclamación silenció al guía: “¡Ya sé, ése era el que iba a educar a López Obrador y acabó lustrándole el ganso!”
Besitos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.