San Francisco de Campeche se cuajó. Cerraron calles, periférico, autopista y por generación espontánea aparecieron soldados, policías y guachomas a raudales. El Presidente estaba en la ciudad. Eso fue el 16 de octubre.
En las redes sociales el video de Peña Nieto era la onda, en especial el segmento en que anuncia que su gobierno invertiría generosamente en Campeche para revertir el atraso y nos dice que estamos en su corazón, instante en el que Alito se derrite viendo al Quetzalcoatl metrosexual y los asistentes alcanzan un orgasmo colectivo. Todo bien bonito.
En realidad, el Presidente sólo vino a interpretar el papel de muchacho citadino, seductor y mundano, que engaña a la jovencita provinciana con promesas de amor, porque el presupuesto que él y su equipo enviaron al Congreso un mes antes contemplaba un recorte criminal del 27.6 por ciento para Campeche, el golpe de gracia para un estado que carece de actividades productivas y todo lo concentra en un gigantesco, castrante, viciado e inútil burocratismo.
Tenemos que reconocer, eso sí, la sorprendente capacidad histriónica de Alito: a sabiendas de la monumental patraña del Presidente, siempre se mostró feliz y embelesado. Sólo le faltó morder el rebozo.
Ahora bien, aunque los liberales y heroicos burocratitas podemos recibir cualquier ofensa sin dejar de lamer la yunta, aunque nuestro ADN sea el mismo que el de una hamaca, me parece que jugar con nuestro corazón fue una canallada. ¿Pues dónde tendrá los sentimientos este gavioto infame que nos jura amor y nos patea en el suelo?, me pregunté.
Recordé entonces sus discursos en inglés, sus conocimientos geográficos y literarios, sus manitas dejando caer la Banda Presidencial, su romance con el teleprompter, etcétera, y supuse lo peor. Luego, hace dos o tres días, leí esta declaración:
“Cerramos filas generando una gran energía positiva; hubo cadenas de oración, rezos, llamados… Creo que… tener un saldo blanco ante el impacto de este huracán se debe en mucho a la fe del pueblo de México”.
Y confirmé mis sospechas. Salvo el copete indestructible, me dije, el Presidente tiene el corazón, la mollera y todo lo demás en ese lugar donde se desvanece la espalda y surge el fragante asterisco. Si nosotros estamos en su corazón, pues ya sabemos por qué apestamos en grande.
Besitos.
Tantán.
Imagen tomada de Noticias Canal 10.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.