(En la foto: la ciudad de Campeche vista por un dermatólogo).
A estas alturas es preferible, me parece, que el alcalde de Campeche persevere en la negligencia que lo distingue a que intente solucionar los problemas de una ciudad que se le está despedazando en las manos. La verdad es que nos va mucho peor cuando él y sus colaboradores hacen como que trabajan.
En la Avenida Revolución entre Gobernadores y Tamaulipas, de este lado del camellón y justo en mitad de la calle, apareció una fuga de agua hace 4 meses. En poco tiempo el chorrito se convirtió en geiser, rompió el pavimento y ahí mero nació sano y robusto un bonito bache. Reportamos el feliz alumbramiento al Sistema de Atención Inmediata (Sami) y así nos fue: dos meses después recaló una cuadrilla de trabajadores del agua potable y compusieron las cosas. Bendito dios.
No tan bendito dios. La fuga que estaba de este lado del camellón se trasladó al otro y formó una grieta que pronto se hizo afluente de La ría. Por ese entonces Ruelas pasó por aquí y me saludó desde su Suburban, y creo que por la euforia no se dio cuenta de la pringadera que levantó su carruaje. Volvimos a reportar la avería y transcurrieron tres semanas antes que tornaran las oscuras golondrinas del agua potable e hicieran su trabajo. Alabado sea el Señor.
Alto ahí, silencien las alabanzas, que la fuga que acababan de reparar regresó a donde la vimos por vez primera, ahora trasmutada en una caudalosa corriente subterránea que deja una mancha oscura y fresca en la superficie, se extiende pegada a la acera y le sirve a Canela, la perrita de la vulcanizadora, para sobrevivir al calor y por la noche nos hace pensar en el dinero que el Ayuntamiento derrocha en poner bien chulo al alcalde.
Hace unos días, el programa matutino de un canal local anunció regalos para las primeras personas que llamaran por teléfono, y nadie llamó. No obstante su espectral audiencia, esa televisora recibe más de cien mil pesos mensuales del Ayuntamiento, lo que suma más de un millón doscientos mil pesos anuales. Lo escandaloso es que ese dineral representa menos de la vigésima parte de lo invertido por Ruelas en peinados, ropa, dicción y lenguaje corporal, y en blindajes mediáticos contra la metralla de Tribuna y Telemar.
Pero con un desparpajo digno de mejor causa, Ruelas publicó hace unas semanas en su página de Facebook que había recibido 5 millones de pesos y que ahora sí, la neta, iba con todo contra los baches. No entiendo qué diferencia puede hacer esa cantidad si dinero hay, así lo prueban las cifras del primer informe: un alcalde que gasta 26 millones de pesos en esculpirse el cabello es porque ha cuidado que los servicios públicos funcionen a la perfección.
No es así: con o sin los cinco millones de pesos la ciudad sigue su peregrinaje hacia la total podredumbre bajo la mirada atenta de Ruelas, que de esa forma se ubica como digno heredero de los gobiernos priistas que le antecedieron. La única diferencia es que, por poner un ejemplo, mientras Oznerol se olvidó del municipio y de sí mismo el último año y medio de su gestión, Ruelas vaga por televisoras, radiodifusoras, revistas, periódicos y demás espacios que tiene a sueldo para vendernos una metrópoli virtual donde los baches son de queso y las fugas de algodón, y el ayuntamiento trabaja con responsabilidad porque los campechanos merecen más.
Por mi parte aquí le paro. Entiendo que reportar otra vez la fuga nos pondría en peligro de que los aprendices de brujo provoquen otro cataclismo acuático en mi calle, y ese no es el caso. Además, cada “reparación” nos cuesta, y mucho, y el alcalde necesita ese dinero para seguir vendiendo trancas de ilusión con su trozote de cuerito.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.