No todas son malas noticias. No exageren. Cierto: nuestro Supremo no logró la candidatura del PRI, que recayó en un tal Meade que nunca fue porro ni mapache electoral, un desperdicio; y tampoco consiguió la coordinación de campaña, que se la dieron a Nuño, un tipo de cabello lluvioso cuya casa jamás ha sido visitada por Carlos Salinas.
Y para acabarla de fregar, la dirigencia del CEN priista tampoco es para Alito, caraxo, y eso debe tenerlo con el botox chorreado. Pero no desfallezcan que hay buenas nuevas: hoy supimos por El Universal que nos mantenemos como la penúltima entidad más pobre del país, sólo superados por Tabasco, y eso es un reconocimiento al trabajo de varias administraciones y en especial de esta, encabezada por ese joven que con sólo dos actas de nacimiento y un título de la UAC que resultó de la René Descartes, donde nadie lo recuerda como compañero de clases, ha logrado mantener firme el timón de esta embarcación fantasmagórica.
Por supuesto, estar en penúltimo lugar no satisface para nada el espíritu triunfador de Moreno Cárdenas. Por eso, para aplastar de una vez por todas a Tabasco, nuestro gobernador ha pensado en otra obra absolutamente inútil y onerosa, un Teleférico, con el que Campeche desperdiciará recursos que usados de otra forma podrían ayudarnos a salir del bache económico, válgame dios, mientras que aplicados con heroica irresponsabilidad nos colocarán en la ruta más corta para arrebatarle a la patria de Chico Che el honor de ser el verdadero grano purulento del pliegue más recóndito del culo del mundo.
Seguir como un lastre para el país requiere de muchos sacrificios. El 60 por ciento de los campechanos no gana lo suficiente para comprar la canasta básica; el 67 por ciento de nuestros bachilleres y profesionistas no tienen empleo, lo que nos convierte en el peor lugar en México para la juventud estudiosa; somos una parodia en la que un plan de austeridad lanzado a principios de año representó un derroche de 400 millones de pesos en el desfile triunfal del Calígula jaranero rumbo a Los Pinos, cuatro veces más de lo invertido en Turismo que, dicen, es una de las claves para la resurrección de Campeche. Pero el sacrificio ha valido la pena: juntos, pueblo y gobierno, vamos por la senda del fracaso por el que tanto hemos luchado.
Aquí los perros no ladran, Sancho, porque no cabalgamos, pero esa parálisis no es suficiente. Convencido de lo anterior, porque siempre está convencido de algo, en el presupuesto de egresos del 2018 Alito redujo en un 22 por ciento el gasto para desarrollo económico. Así, recortando en rubros neurálgicos para detener la hemorragia económica y el desempleo, construyendo segundos pisos, parques y teleféricos, obras tan útiles como un fogaje; edificando maquetas e insertándose chips es como nuestro Supremo arranca los aplausos de buena parte del respetable público que no se cansa de felicitarlo, de decirle que usted es lo mejor que nos ha pasado desde que Richaud lanzó sus bolsitas de Puyul. Lo que un campechano es capaz de hacer para cobrar su quincena ruborizaría a una puta babilónica.
Este capítulo de mis brevestialidades merece un final optimista, lo sé. Es la única forma de retribuir a El Universal por esa información que nos impulsa a seguir en reversa. Ahí les va. Ante el anuncio del Teleférico, un tipo respondió que qué bueno que este gobernador aunque esté robando quiere a su pueblo y hace obras trascendentes. Es definitivo, exclamé: aquí los perros reptan, don Quijote. Mejor me largo.
Besitos.
Tantán.
Imagen: Expreso Campeche
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.