Como ustedes saben, durante el sábado de bando una comparsa se burló de figuras prominentes del gobierno jaguar.
Por ejemplo, vimos a una botarga de Layda acarreando una maleta, señalamiento nada sutil a la irresponsabilidad de una gobernante ausente, y hubo otra botarga, buchona y excéntrica, retrato de la bella y sensual Marcela Muñoz, secretaria de Seguridad Pública.
Y vimos por desgracia una reedición del atentado contra Jamile Moguel, y aquí vamos a detenernos.
Sin importar quién está detrás de la comparsa, sea la alcaldesa Bibi Rabelo, como dice Layda, sea Seso Loco, el sobrino de la gobernadora, como dicen los naranjas, llevar a burla el atentado contra Jamile es de un aberrante mal gusto.
Es una infamia.
Pero cuidado: el mal gusto no es delito.
El único juicio que vale en casos como este es el del público asistente al bando, y de nadie más. Es un pacto no escrito pero firme entre gobernantes y pueblo: el sábado de carnaval se vale todo, hasta la crítica más pérfida contra el poder, y pasa como pasa el desfile.
Así las cosas, que la policía haya perseguido a la comparsa y, con lujo de violencia, haya arrestado a los participantes es un intolerable abuso de autoridad.
Es también una infamia.
Porque si el mal gusto fuera delito, doña Layda, Marcela Muñoz debería estar en la cárcel por presumir en redes sociales el crucero en el que se embarcó con toda su familia, con los lujos habituales, mientras la entidad que debe proteger se convulsiona entre robos y ejecuciones.
Renato también debería estar en una celda por compartir aquella imagen en Casa Balché, el escenario del que tal vez sea su único triunfo como fiscal: el despojo a la familia Ham Gunám.
Y usted, doña Layda, ¿por qué no está en prisión, si su carrera política se ha sustentado en la más artera vulgaridad?
Si el mal gusto fuera sabiduría, mi niña Layda, usted sería la suma de los Siete Sabios de Grecia.
Qué triste tiempo este en que es necesario explicar lo obvio, en que se necesita poner al gobierno frente al espejo para que entienda que no está a salvo de las miserias que pretende castigar.
Besitos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.