Hace casi veinte años se celebró en Campeche un encuentro de investigadores de la cultura maya en el que uno de los ponentes afirmó que Champotón no fue el lugar de la primera derrota española en suelo americano. Según él, la victoria indígena fue en otro lado y con eso desbarató buena parte de lo que decimos que somos.
Días después me encontré con un alcalde champotonero y le comenté lo que había sucedido. Le propuse que su gobierno tomara algunas medidas, como publicar un desplegado en los periódicos (internet era un exotismo en aquel tiempo) contradiciendo al investigador con los datos históricos que confirman nuestra fama y citar a un encuentro entre conocedores del tema, abierto al público, que ahuyentara sospechas y divulgara entre los champotoneros las razones exactas por las que nos sentimos orgullosos. Me respondió que no, que esas mamadas salen muy caras y no le interesan a nadie.
Hace cuatro años arribamos al V Centenario del desembarco en Champotón de Hernández de Córdoba y de la madrina judicial que le acomodaron los indígenas. Por ser una fecha tan especial se montaron algunos eventos, todos ellos indignos de lo sucedido, y se proyectaron algunas obras: una escultura del cacique Moch Couoh, líder del ataque, hecha de papel maché que a los tres días se quedó sin brazo; una palapa de millón y medio de pesos que se derrumbó con el primer pedo que le echaron, y una arena de usos múltiples que arrastra los vicios de toda construcción hecha con la urgencia del enriquecimiento veloz vía moche: se llueve, se cae, apesta.
En suma: defender la memoria de la batalla y de sus héroes sale caro e importa un carajo, y celebrar la valentía y el sacrificio de nuestros antepasados se convirtió en pretexto para engordar las cuentas bancarias de los parásitos del gobierno. Y como nadie reclama esas infamias, parece que la opinión de nuestros mandatarios es compartida por todos.
Llegó AMLO a Champotón. Por unas horas ocupamos un lugar nacional porque el evento fue trasmitido por televisión abierta. Moch Couoh y sus soldados tienen el homenaje que nosotros, sus hijos, les hemos negado. Eso me da un enorme gusto y ni siquiera me incomoda que Obrador aproveche para llevar agua a su molino ideológico relacionando a los indios aquellos con el pueblo bueno y sabio, y a los fifis, neoliberales, derechosos con los españoles atrabiliarios. Si las obsesiones de Obrador sirven para que Champotón aflore a la superficie, brindo por eso.
Ahora bien, AMLO se irá pronto. Después sólo quedaremos nosotros que, como sabemos, no hemos sido los mejores defensores de nuestra tierra. Disfruten lo que ven y atesórenlo en su corazoncito, amiguitos, porque mucho me temo que no demoraremos en volver a enterrar Champotón, su historia, su cultura, sus héroes, en la indiferencia y el valemadrismo de siempre. Una golondrina no hace conciencia.
Besitos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.