#BestiometroNoSeCalla
Cuando me casé con Ana, sus hijos Gustavo y Anita asistían a una escuela pública. Ustedes disculpen pero creer que la educación privada es mejor es una de las pocas supersticiones que padezco, así que los ingresé a la Guadalupe Victoria y les compré computadora e impresora para sus tareas.
Al casarnos fui a vivir a casa de Ana, que en ese entonces estaba en condiciones precarias, y la reconstruí. Gustavo y Anita tuvieron por fin sus propios cuartos y además adecué otro y una terraza con juegos para el niño que aun no nacía.
En aquel tiempo Gus estaba en la adolescencia y empezaba a interesarse por la música. Por supuesto, como cada generación desde los sesentas, el rock lo fascinaba. Pasamos varias tardes platicando de las leyendas y le regalé un estéreo para que pasara de la pedagogía a la práctica.
En otro momento, Gus quiso leer. Hice todo lo posible por fijarle el hábito, pero pronto fui derrotado, al igual que la literatura, por las hormonas y las amiguitas que iban a la casa a verlo. Respondí a sus curiosidades sobre el sexo, mitos y encantos, y cuando llegó el momento lo ayudé a que traspasara el umbral de la hombría de la mejor forma imaginable.
Cuando me separé de su mamá, en el 2011, seguí en contacto con él por la buena relación que habíamos construido.
Algún tiempo después, Gus enfrentó un problema que a su edad parecía el fin del mundo. Su mamá me pidió que lo aconsejara y lo hice. Todo salió bien, de hecho él solicitó casarse en Champotón, porque su familia, decía, era la mía; y cuando nació su bebé, Mily y yo le regalamos la cuna y la ropita de nuestro Abelito.
Lo quería mucho.
En las audiencias sobre mi caso, me enteré que Gus fue uno de los testigos en mi contra.
No me avergüenza estar en prisión porque sé, como todos ustedes, que soy el objetivo de una persecución política. La cárcel es el homenaje que Alito Moreno Cárdenas le rinde a mis críticas. Pero si me entristece.
Me entristece no estar con los míos cuando yo soy el que vela por ellos. Junto a mi tía Vilma ahora que las enfermedades la acosan: la diabetes, el glaucoma del ojo derecho y la osteoporosis que la amarró de por vida a una andadera. Con mi madre que ha batallado en tiempos recientes con la muerte: la de mi hermanita y la de mi padre, y ahora tiene que lidiar con este intento de homicidio del gobierno contra mis libertades. Con Abelito, que para redondear la tragedia, tiene que soportar que sus ropitas sean manoseadas en las revisiones del penal y conformarse, sin que a sus tres años sepa por qué, a jugar conmigo en el muy breve y sórdido espacio de una celda. Con mi mujer, y aquí no me extiendo porque ustedes saben lo que eso duele.
A esa tristeza se sumó, la noche de las audiencias, la decepción de saber que quien tuve como un hijo es ahora mi acusador. Y no obstante, de regreso al penal, mientras me quitaban las esposas y entraba a mi celda, deseé que te vaya bien, Gustavo.
Besitos traicionados.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.