A resguardo de la ira térmica de mayo, éramos tres en una mesa de Vips. Amplío la introducción porque lo malo, si breve, dos veces malo: éramos tres echando la hueva en el reino de lo insípido, tragando agua pintada de café y escribiendo una respuesta a los infundios de Teleazul, que en aquel tiempo alucinaba con las llamadas telefónicas de PAN-chito Brown con Celina Castillo y Améndola, cuando se materializó ante nosotros José del Carmen Rodríguez Vera, candidato del PAN a la presidencia municipal de Carmen. Saludó a Améndola y a Milo, me fue presentado y alguien preguntó si le afectaría el fenómeno Enrique Iván, que recientemente había abandonado las filas blanquiazules para sumarse a la campaña de doña Chely. Rodríguez fue despectivo: dijo que Enrique Iván no representaba nada, levantó la ceja cuál Pedro Armendáriz y concluyó asegurando que no habría ningún problema.
Llegado a este punto, le aconsejé que tuviera cuidado porque este negocio está plagado de sorpresas, y entre muchos ejemplos que me vinieron a la mollera recordé a don Guillermo del Río, quien renunció al PRI cuando eso era pecado capital, fue condenado por el Tribunal de la Santa Inquisición Tricolor por sacrílego y virabuche, y terminó riendo al último desde el PRD como senador de la República. Por la cara que puso Rodríguez Vera, imaginé que me tomó como un perfecto imbécil y su respuesta confirmó mis sospechas: con displicencia, con fastidio, repitió que ganarían con tranquilidad, cual Pedro Armendáriz la ceja levantó y concluyó asegurando que no habría problema. Se fue.
Hoy 5 de julio, a Rodríguez Vera y a los productos que adquirió en barata -los candidatos del PRD y PSD- les acomodaron una inmisericorde tranquiza de perro bailarín: el PRI, con doña Chely al frente, recuperó la alcaldía y ganó todas las diputaciones en juego. Fue una victoria aplastante, categórica, indiscutible, chida y maciza. Por una lógica asociación de ideas, recuerdo ahora aquel día de mayo en que nos encontramos con Rodríguez Vera y su ceja indómita, y confirmo que la soberbia no sólo es un pecado capital, también es una enfermedad que en estado avanzado produce ceguera y sordera selectivas, es decir, los infectados sólo ven y oyen lo que les da la gana. No hubo problema.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.