Pongamos límites. Estoy de acuerdo en que el asesinato de Kennedy o la construcción de las pirámides de Egipto resisten cualquier explicación por absurda que parezca, y acepto incluso que el auge del reggaetón andaría por el mismo camino de no ser por las mulatas que piden gasolina. Pero seamos sinceros: en la derrota del PRI en la capital lo único extraño es que resultó menos aplastante de lo esperado. ¿Por qué? Quizá las lánguidas señales de vida que lanzó Ortega Rubio en sus últimos días de campaña, o el debate en Teleazul de Ruelas consigo mismo, que perdió Ruelas a pesar de la pobre argumentación de “consigo mismo”, atenuaron la catástrofe hasta dejarla en diez mil votos de diferencia. Pero, repito, ahí no hubo nada extraño.
Sin embargo, desde aquel fatídico 5 de julio han surgido innumerables versiones sobre una conspiración universal contra Carlos Felipe. El último capítulo tiene como chivo expiatorio a Tono Richaud, que en unas cuantas líneas lo mismo es catalogado como un político poco apto que culpado de haber hundido, mediante sutiles intrigas, al candidato tricolor. Me temo que tanta imaginación está de más, porque para explicar la debacle del PRI en Campeche basta tomar en cuenta tres factores.
El primero es el propio candidote. Dueño de una personalidad gris, mediana y olvidable, Ortega Rubio no supo aprovechar sus muchos años como funcionario público para construirse una imagen que revistiera cierto atractivo para alguien. Fue, siempre, carne de oficina, aire acondicionado, alfombra y secretaria, así que al salir de su hábitat se aporreó feamente con el mundo exterior, donde la gente sufre, suda y vota. Lo más triste de todo es que muchos se lo advertimos, pero Carlos Felipe decidió hacerle caso sólo a quienes no podían o no querían revelarle que el rey vagaba en pelotas.
El segundo factor fue el grupo tras el candidote. Bertrand Russell decía que a los políticos y a los pañales hay que cambiarlos seguido y por las mismas razones. Carlos Felipe era el estandarte de un clan político que se ha hecho muy viejo y muy rico en el servicio público. Para bien o para mal, el Campeche que hoy padecemos ha sido responsabilidad de los González Curi, pero desde hace tiempo esta clase política producía más hastío que esperanza. Una demostración de grandeza y sentido común hubiera sido retirarse con dignidad permitiendo una transición sosegada, pero eligieron ir a contracorriente y acabaron en el fondo de la “pañalera”, sepultados bajo diez mil votos.
El tercer factor es Oznerol.
Insisto, es cierto que el caso Colosio o el monstruo del Lago Ness soportan cualquier teoría, e incluso no es descabellada la tesis reciente que atribuye al Yeti la paternidad de Daddy Yankee. Pero no siempre el camino más corto entre dos puntos es el disparate conspiratorio o la criptozoología, y en la derrota de Carlos Felipe, para desgracia de los estudiosos de lo insólito y de la conjura, no hay un sólo resquicio donde se anide misterio alguno. Nomás no.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.