Aún no se asienta la polvareda que levantó el proceso electoral del domingo y un periódico local nos informa que Antonio Solá abandonó Campeche. Según la nota, el español fue sorprendido en el aeropuerto loco de contento con su cargamento, a saber: varias y muy robustas maletas, quizá las necesarias para trasportar el dinero que ganó por su magnífico trabajo como estratega de la campaña del PAN, y un Gallo Azul incrustado ahí donde la espalda se convierte en pestilente oquedad.
Se fue por la puerta de atrás, en silencio, el principal responsable de la derrota panista, y atrás quedan sus oligofrénicos empleadores para cosechar la crispación y el rencor que originó la guerra sucia. En este caso, no estaría mal regresar al primitivo mandamiento del “Ojo por ojo y Alerta Campeche por Alerta Campeche”.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.