Como ustedes saben, la Señorita Layda inició una serie de investigaciones sobre los fraudes del sexenio anterior, el mismo en el que su sobrina América fue secretaria de Finanzas, y encontró que la construcción de la Ciudad Administrativa es un ancho y profundo pozo de corrupción. Así lo declaró en su gustado programa del jaguar.
Pero don Edilberto Buenfil, secretario de Obras Públicas en el gobierno de Calígula Moreno y responsable de la edificación de la Ciudad Administrativa, le puso un alto y pidió la oportunidad de responder a las acusaciones. Plan con maña. Ayer, la gobernadora le concedió el rugido y lo citó a la una de la tarde del sábado en el lugar de los hechos para deslindar transas.
Claro que don Edilberto se presentará el día y hora fijados en la Ciudad Administrativa, con bastón y casco de Bob el constructor, faltaba más; y cuando tenga a la Señorita Layda enfrente, sin tentarse el corazón, la llamará loca y ridícula, la pondrá a jugar Candy Crush, invocará al papá Sansores y el crimen de San Lorenzo, le recordará las facturas del Palacio de Hierro y luego le dirá madre, virgen, mártir, mi niña, mi ama, mi diosa y mi etcétera hasta que la gobernadora lo nombre secretario, subsecretario, jaguar honorario, mozo de tintes, afluente de botox, el cargo que sea que le permita a Buenfil sacrificarse por Campeche otros seis años.
Don Edilberto sabe que el camino más corto al corazón de la Salomé del Trópico no es la lealtad probada, superstición de morenitos de a pie, sino la traición fácil y el arrepentimiento figurado, recursos vitales para los trapecistas políticos como ella.
Don Edilberto sólo necesitaba tenerla cerca para que la gritería y el acto de contrición fueran más elocuentes.
Don Edilberto es un maestro.
Besitos.
Tantán.
Imagen tomada del muro de Juan Manuel Herrera.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.