Estoy que me trueno los dedos de la ansiedad y es la elección del nuevo titular de la Auditoría Superior del Estado (Asecam) lo que me tiene así. La verdad sea dicha (y contento), los morenos han convertido este proceso en una telenovela cuyo final es imposible de anticipar, como las de Televisa.
El capítulo inicial fue truculento. Por haber habitado la granja porcina de Calígula Moreno Cárdenas sin percatarse del lodo y el hedor, el titular de la Asecam, Jorge Arcila, fue ejecutado por la sonora Morena del legislativo, que lo presionó para que renunciara y, claro, el tipo renunció. Podrá no tener olfato para percibir chiqueros pero sí lo tiene para evitar la cárcel.
A continuación se emitió una convocatoria para elegir al nuevo auditor, labor que recae en el congreso, y casualmente el veracruzano de apellido Cazarín, que es presidente de la Gran Comisión, líder de los diputados morenos y faro de luz de los que gustan vestirse como deidad cumbanchera, maniobró para cambiar la Ley de Fiscalización y Rendición de Cuentas del Estado.
El objetivo de Cazarín fue derogar el requisito de residencia mínima de cinco años en la entidad para los aspirantes a presidir la Asecam, permitiendo que alguien nacido en otro estado, Veracruz por ejemplo, y cuyo arribo a las murallas es tan reciente que no puede diferenciar un pan de cazón de una mamadzón en la calle 59, cuide el dinero de los liberales y heroicos patriotas.
El manoseo legal de Cazarín fue apoyado por 26 diputados, una mayoría aplastante en la que participaron con inusitado frenesí los priistas, esos que no hace mucho, en los tiempos en que Christian Yadiro era su candidato, prometieron defender Campeche hasta el último aliento.
Lanzada la convocatoria, 15 suspirantes asistieron al congreso para comparecer ante los legisladores, entre ellos Javier Hernández, figura nueva por aquí que es, al mismo tiempo, veracruzano, moreno, amigo, socio y carnal de Cazarín. Es que de verdad que el mundo es un pañuelo, qué digo un pañuelo, es una picada de salsa ranchera.
Una nota del diario Expreso de Campeche firmada por Gilberto Ávila nos informa que después de su presentación ante los diputeibols, Hernández admitió que ya despacha como auditor estatal. Fue una y la misma cosa leer la nota y ver a mi ansiedad irse al caraxo. Es que nadie le ha enseñado a este salvaje que antes de revelar finales tiene que lanzar una alerta de spoiler, me dije, y corrí a secarme las lágrimas.
Pero el siguiente párrafo de la publicación me regresó la ansiedad al cuerpo: Hernández rectificó y dijo que, aunque despache ya en la Asecam, la decisión de los legisladores no está tomada. Así que cualquier cosa puede ocurrir, pensé, y volví a tronarme los dedos feliz de la vida. No es para menos.
Fíjense: a pesar del cambio en la ley promovido por el veracruzano Cazarín para que cualquier persona nacida en cualquier parte (de Veracruz) y llegada hace tres minutos pueda dirigir la Asecam, y no obstante que uno de los aspirantes al cargo, Javier Hernández, es su paisano, su amigo, el Lennon de ese McCartney o el Tovar de ese Rigo, y además trabaja ya como auditor, esto aún no está decidido. No se ha dicho la última palabra. La moneda, rumbera y jarocha, todavía está en el aire.
Besitos que son diluvio de estrellas, palmera y mujer.
Tantán.
Nop, no tengo nada contra la gente que ha llegado a trabajar y tampoco creo que representen una tragedia para el estado. Si algo tengo claro es que no se necesita ser forastero para arruinar la entidad, que nadie puede odiar y devastar Campeche con la intensidad y la perfección de un campechano, y la prueba, categórica, es el grado de pobreza y atraso en que estamos atorados gracias al contubernio entre los muy campechanos gobernadores que nos han saqueado y nuestra legendaria y muy campechana mansedumbre.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.