Junio de 2016: en Campeche se esfuman otros 2 mil 238 empleos, según informe del IMSS. En el liberal y heroico zoológico el desempleo es una tragedia que en un año ha dejado en la orfandad laboral a 20 mil 579 personas; 19 mil 610 en los últimos 7 meses, durante el gobierno que nos prometió Crecer en grande. Parece que cada vez que Alito Moreno pontifica sobre su trabajo en favor del desarrollo estatal, alguien pierde su chamba.
Al hecho de que somos el primer lugar nacional en desempleo tenemos que añadirle otro fenómeno paralelo. Fernando Ortega nos ubicó como la peor economía del país con un formidable -6.5 de crecimiento, nos contó el INEGI. Pero gracias al sacrificio, inteligencia y determinación de Alito Moreno, ahora somos la requete peor economía de México con un extraordinario -8.1 y, según cálculos conservadores, para fin de año nuestro “crecimiento” será de -10.
Las malas noticias tienen una particularidad: son multiorgásmicas. Cuando vienen, lo hacen muchas veces. Al desempleo y la crisis económica sumémosle el repunte de la delincuencia. Entre mayo de 2015 y mayo de 2016, los homicidios se incrementaron en un 25%, las extorsiones en un 29%, el robo a vehículos en un 442%, el robo a negocios en un 8%, las lesiones en un 38% y las violaciones en un 119%, según el Semáforo Delictivo, índice que se alimenta de los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
En condiciones normales, resolver el caso Campeche sería complicado; con el caótico escenario nacional el asunto se vuelve muy difícil, y si los horizontes del gobernador no van más allá del discurso triunfalista y el selfie nuestro de cada evento, estamos ante una tarea imposible.
Así las cosas, a menos de 30 días del primer informe de gobierno de Alito Moreno su fracaso es inobjetable: no pudo con el cargo. Pero le queda la desfachatez. El próximo 7 de agosto, y todos los que le restan, recurrirá al ejemplo de sus antecesores y armará una ceremonia faraónica para esconder su incapacidad detrás de todas aquellas cosas que el dinero puede comprar.
Para su último informe, Fernando Ortega reunió en el Centro de Convenciones a centenas de búfalas de sobaco radioactivo y dentadura dorada, miles de acarreados y el catálogo completo de políticos de cualquier calaña y de todas las latitudes para demostrar que su triste desempeño como gobernante era un rumor divulgado por sus enemigos, porque ahí, en ese salón, estaban los testigos de los buenos números y mejores condiciones en que entregaba la Primera Guayabera. Le aplaudieron muchísimo y al día siguiente la prensa lo curtió en elogios; meses después, obedeciendo a otro dueño, lo patearon hasta en el suelo. La puesta en escena de Purux Ortega nos costó muchos, muchos millones de pesos.
Alito no se va a quedar atrás. En el Centro de Convenciones desfilarán hasta civilizaciones que creíamos extintas, todo para cumplir con una regla de oro en la política nacional: entre más grande el fracaso, más estrepitosa la autocelebración gubernamental.
Tal vez porque al adivinar nuestras intenciones puso a funcionar su instinto de supervivencia, esta tierra nos ha entregado riquezas fabulosas para prolongar su agonía: del palo de tinte a la madera, del chicle a la miel y la pesca. Y a todo le dimos en la madre con la dedicación y minuciosidad de relojeros suizos. El petróleo fue el último estertor de esa generosidad y de nada nos sirvió: nos lo chingamos sin abandonar jamás nuestra categoría de entidad inerte. Hoy, al fin, estamos por conseguir lo que tanto hemos deseado: la destrucción definitiva de este lugar cuyo único pecado fue parir campechanos.
Y como era de esperar, el final será tedioso y predecible, como todo lo que toca la burocracia mediocre responsable del desastre y la sociedad sumisa y conformista que le rodea. El payaso mitómano seguirá hablando maravillas de sí mismo y de su gobierno en tanto una enorme recua de politiquitos, textoservidores, crédulos e idiotas le aplauden sus delirios, le echan porras, le dedican primeras planas y lo bañan en los halagos que antes fueron para Purux, Jorge Carlos, González Curi y etcétera; y mientras tanto, chitos, Campeche seguirá yéndose, irremediablemente, al remotísimo carajo.
Besitos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.