Por primera vez desde hace muchos años, los burócratas campechanos no serán requeridos para sudar como caballos y ondear pañuelitos en el desfile del Día del Trabajo. La razón: “evitar conductas y actos que pudieran infringir alguna disposición en materia electoral”, según el micro boletín de esa cosa que se llama Comunicación Social del gobierno del Estado.
Cancelar el desfile con ese argumento parece un milagro. Algo así, digamos: a pesar de estar apretujado entre toneladas de grasa, la Divina Providencia alcanzó el corazón de don Fernando Ortega y lo convirtió en un gobernante respetuoso del proceso electoral y amante de la democracia. No es cosa menor. Pero a ese primer paso deberían seguirlo otros muchos, por ejemplo: erradicar el uso del aparato de gobierno, sus recursos humanos, materiales y económicos, su infraestructura y programas de asistencia social, en favor del candidato del PRI; cesar los pagos a los medios de comunicación, acabar con el subsidio de partidos y políticos de oposición que cobran para legitimar el fraude, dejar de entrometerse en el órgano electoral, exterminar a las búfalas de colonia con el método infalible de bañarlas con jabón, paralizar el acarreo, suministrarle anticonceptivos a las urnas, llevar al ratón loco con el psiquiatra, dispararle dardos tranquilizantes a los mapaches, desenchufar el carrusel, etcétera.
Les digo, a ese primer paso de don Fernando le faltarían otros muchos, los suficientes para competir en la prueba de 50 kilómetros de caminata olímpica.
La suspensión del desfile del Primero de Mayo es una genialidad. Era deprimente que el homenaje a Los Mártires de Chicago estuviera a cargo de una masa amorfa, borreguil, sudorosa y aburrida, que no tiene puta idea de a quiénes conmemora y cuya peregrinación anual era otra forma de masacrar a los anarquistas de 1886. Deprimente, repito, a pesar de este delicioso oximoron: el Día del Trabajo celebrado por burócratas.
Lo que me parece intolerable es que el gobierno encubra la cancelación con una premisa absurda como ninguna. No puede haber tal respeto a las disposiciones electorales por parte de un régimen que para preservar el poder ha dependido, históricamente, de la trampa, y que desde hace varios meses prepara la gran estafa del siete de junio. En realidad, no habrá desfile porque el gobernador, sus achichincles y su partido temen enfrentarse, en vivo y sin red de protección, al repudio popular.
El micro boletín de Comunicación Social marca el final de la comedia sexenal de don Fernando, y fue un final predecible, digno de una trama mediocre. Si el tigre que advirtió que no lo cucaran fue manoseado hasta el delirio por Alito, si el gobernante que lloró cada minuto de su mandato por la falta de dinero tuvo a disposición el mayor presupuesto en la historia de la entidad, si el patrocinador de los Niños Contralores y adalid de la justicia ha protagonizado el saqueo más espantoso de que se tenga memoria, si el administrador público “por vocación y formación” fue devorado por su propio gabinete, entonces la conclusión no podía ser otra: el hombre que hace seis años decía querer a Campeche poniéndose la mano en el corazón, y era aclamado por la muchedumbre como el caudillo providencial que nos redimiría del cacicazgo de los Curi, del atraso y de la miseria, hoy está obligado a refugiarse en mentiras piadosas para no encarar la ira del pueblo al que traicionó.
¿La moraleja? La encuentran en el título de este escrito.
Besitos.
Tantán.
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Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.