Mientras mis Pumas destripaban gallos, un grupo de feligreses se plantó frente a la oficina del periódico Tribuna, a tres casas de la mía, para atragantarse con los evangelios y pedir a Dios que libre de todo mal al obispo Francisco González. Un capítulo más en la novela negra protagonizada por el prelado y los Arceo, dueños del diario.
El prólogo de esta historia fue escrito por el anterior obispo, Ramón Castro, que firmó con la Sociedad del Divino Salvador un convenio que establecía que la administración de los colegios religiosos, incluyendo el dinero, sería responsabilidad de los salvatorianos a cambio de convertir los planteles, tanto en infraestructura como en nivel académico, en los mejores del rumbo.
Los salvatorianos enviaron como rector del Instituto Mendoza y del colegio Fray Angélico a un sacerdote polaco cuyo apellido es un suicidio para el idioma castellano, que les debe de haber caído muy bien a los Arceo (dios me libre de pensar en pagos a cambio de elogios) porque en las páginas de Tribuna le ofrendan oro, incienso y mirra.
Pero llegó un nuevo obispo, José Francisco González, y las reglas cambiaron: los colegios ya no serían administrados por la orden religiosa sino por Su Excelentísimo don Panchito.
La decisión propició un intento de rebelión del polaco y una andanada de madrazos de Tribuna que de nada sirvieron porque el obispo no es mosca. Al poco tiempo el señor Korczak regresó a pelar papas a Varsovia y las escuelas, con todo y sus jugosas colegiaturas y patrocinios, quedaron en manos de la diócesis.
Heridos en su amor propio, los Arceo siguieron dándole palo a Pancho González y donde más duele: en la muy extendida y aberrante pederastia clerical. En Tribuna exhumaron dos casos a los que en 8 o 10 años jamás le habían prestado atención y con eso le han hecho al obispo lo que Maciel a sus discípulos; don Panchito, a su vez, respondió organizando cadenas de oración para detener las infamias de los Arceo, que a su vez…
Armados con sus poderes de juguete: uno, la oración; los otros, su influencia en la opinión pública, las dos partes han escrito esta tragicomedia cuyo último episodio hasta el momento, el del domingo pasado, nos presentó una emocionante vuelta de tuerca: el obispo renunció a seguir poniendo la otra mejilla (cosa de hippies nazarenos), adoptó las enseñanzas del Mesías Che Cu y armó manifestaciones contra los Arceo en todo el estado, incluyendo Champotón en el momento en que mis Pumas freían pajarraco queretano.
Tengo que preguntarlo, me urge: ¿por qué los creyentes no defienden sus derechos ciudadanos con la misma pasión con la que defienden a un obispo codicioso? Es difícil encontrar una respuesta racional. Los fanáticos sufren estoicamente la podredumbre de este mundo creyendo que hay otro que es un paraíso, siempre y cuando esa podredumbre no toque al señor cura. Son la carne de cañón de hoy y los deshechos de guerra de mañana, y no lo saben o no les importa.
Francisco González, por su parte, quiere embolsarse el dinero de los colegios aquí y ahora y sin que nadie rebuzne, y para castigar rebuznos tiene a la feligresía dispuesta a manifestarse en nombre de la pureza del señor obispo. Y los Arceo no van a detenerse hasta cobrar la afrenta de un petimetre de sotana y mirada lánguida que se atrevió a meterse con sus intereses. Esto va para largo.
Ignoro cuántos capítulos le restan a esta historia ni quién se sentirá ganador al final. Lo que sí sé es que ambas partes están perdidas, y perdiendo, y que la única ganadora hasta hoy ha sido la risa. Por cierto, los Pumas también ganaron. ¡Goooooooya!
Besitos universitarios.
Tantán.
Imagen tomada de:
http://tribunacampeche.com/local/2015/05/14/piden-salida-del-obispo/
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.