En la imagen, el sobrino del PRI al gobierno del Estado, Christian Chanona Armentía, candidato de Alito Moreno, traga torta con harta salsa a ras de calle para caernos bien. Lo que vemos en esta gráfica es una práctica cíclica, tediosa y abominable llamada “Baño de pueblo”.
El baño de pueblo es lo contrario a la inmersión en la fosa séptica VIP de las complicidades políticas donde se planean los robos, que se hace en privado y entre pocos durante la mayor parte del trienio o sexenio. El baño es, a un tiempo, el anuncio de que se acercan elecciones y el trance que los políticos aferrados a la ubre presupuestal tienen que padecer para seguir bebiendo nuestros recursos.
Seguramente usted ya sufre por estos días el “baño de pueblo” en carne propia con la proliferación de precandidatos tercos en escuchar sus inquietudes e inconformidades, y que además levantan basura, tapan baches, cocinan potajes, se materializan en cafés, supers y restaurantes. Una plaga obsesionada por sacudirle la mano hasta arrancársela y acribillarle con sonrisas impunes y miradas lánguidas.
El “baño de pueblo” pretende hacer creer que el político es cercano a la perrada, sensible a sus necesidades y por tanto merecedor del voto que es la llave para llegar al cargo desde el cual trabajará incansablemente por nosotros. Mi favorito en esta ceremonia era Fernando Ortega, que andaba con la pezuña en el corazón, repartiendo risas y buena onda hasta que llegó al poder, se deshizo de la botarga y apareció Roberto Sarmiento, que adoptó la personalidad de Marcial Maciel e hizo de Campeche su Niño Contralor. Hoy Roberto es un ferviente laydista.
Y bueno, ahí tienen al sobrino Pedro Chanona Bello intentando convencernos de que es como todos, flesh and blood, porque come tortas en la calle. Deberíamos, por supuesto, sentirnos identificados y agradecidos porque hizo el favor de probar los placeres del vulgo y, como los sentimientos no cuentan si no se reflejan en las urnas, debemos votar por él para que siga parasitando el erario y alimentando, con dinero nuestro, los complejos sociales que le hacen creer que es el derivado lácteo de algún duque.
A estas alturas los suspirantes deberían haber aprendido que estos “baños” son tomados como una burla cuando no como un insulto. En el caso que nos ocupa, nadie con una pizca de sal en la mollera se toma una foto comiendo una torta porque es parte de la vida diaria, pero el sobrino de Alito lo hizo, y al hacerlo y publicitarla en redes sociales no sólo quedó en ridículo con su intento de asimilación con la generalidad sino que se excluyó definitivamente, porque lo que para el hombre común es habitual resulta en él una expedición a un lugar exótico que requiere de testimonios gráficos para ser creíble.
Pobre muchacho este Christian Armentía Bello, que no entró en el mundo de la política, lo metieron; que fue ensamblado como un clon del tío, que es manipulado por su tío, que carga en el espinazo los odios sembrados por el tío y que siendo precandidato ya perdió las elecciones de 2021 por culpa del tío; y que, para colmo, traga tortas en la calle para enviar un mensaje de amor al populacho sin reparar en que la carne puede estar contaminada con el veneno usado por su tío para el asesinato masivo de perros, y que una vez intoxicado tendría que ingresar en los hospitales que el tío convirtió en rastros públicos para enriquecerse a costa de la muerte y el sufrimiento del pueblo.
Besitos plebeyos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.