A doña Layda Sansores no hay que insistirle mucho para que se aviente desde la tercera cuerda. En 1997, cuando se convirtió al perredismo y perdió la elección al gobierno del Estado con el priista González Curi, lo hizo al grito de “¡No al espurio! ” e instaló un campamento gitano en la Plaza de la República, aconsejada por Mahatma Peje; en 2000 se declaró furibunda foxista y se lanzó otra vez contra el PRI, partido que tanto prestigio y riqueza dio a su padre y a ella; en 2006 refrendó su condición de fan de López Obrador y acribilló con inusitado frenesí a Fox, participó en el plantón en Reforma, tomó la Tribuna del Congreso, berreó canciones de combate con sus compañeros diputados y gritó “¡No al espurio!”. En suma, en la biografía de doña Layda las derrotas y los espurios vuelven cíclicamente.
Hoy día doña Layda sigue siendo guerrera del movimiento lopezobradorista y, además, es candidata a senadora por todas las vías existentes. Tales distinciones la han obligado a endurecer sus prédicas láser contra el catálogo de criminales que encabezan el PRI, su candidato Peña Nieto y la mano que mueve el copete, Televisa. Pero cuando se trata del gobernador campechano Fernando y su Sonora Justa y Solidaria, también priistas, doña Layda sufre una sospechosa metamorfosis y enmudece a pesar de las numerosas pruebas de corrupción y del contubernio del gobierno del Estado con algunos medios que, guardando las necesarias proporciones, cumplen aquí el mismo trabajo de encubrimiento que Televisa. Este fenómeno no es nuevo.
El primer síntoma de este comportamiento data de 2009. Doña Layda protestó contra la instalación del “busto de cuerpo entero” de Juan Camilo Mouriño en el Paseo de los Héroes, primero en el lugar de los hechos, luego en la posada del Ayuntamiento donde le hizo un escándalo al alcalde capitalino Carlos Ruelas (que asistió a la fiesta sin maleta) a quien culpaba de la tragedia, y anunció que su cruzada continuaría hasta que removieran “esa ofensa a los campechanos”. Estaba en verdad indignada, o al menos lo parecía. Por esos días doña Gely Mouriño explicó, en una declaración a la prensa, que el busto había sido colocado con el consentimiento de don Fernando Ortega y entonces, milagrosamente, doña Layda aplicó a fondo los frenos anti-bloqueo y sin dar razones se fue de Campeche.
Según los entendidos, el comportamiento de doña Layda es bastante lógico porque obedece a un arreglo un tanto apestoso: sus amigos han sido tratados con generosidad por don Fernando y a cambio ella se niega a denunciar la voracidad solidaria. Tal vez a ese pacto debemos que la presidenta vitalicia del Mitin Portátil de la Sansores, doña Margarita Duarte, fuese nombrada Directora del Instituto Estatal para la Educación de los Adultos (IEEA).
La entrega de doña Layda a Fernando Ortega es tan obvia que muchos de sus feligreses han empezado a cuestionar la integridad de su líder. Es un duro golpe para ellos, que la creían una inmaculada luchadora social. Para mí, en cambio, es una invaluable adquisición en términos de comicidad política, porque no hay nada más divertido que ver a la ex priista, ex perredista, ex foxista, ahora convergente, Morena y lopezobradorista, tirarse desde la tercera cuerda contra los políticos acomodaticios, corruptos, sinvergüenzas y etcétera, siempre y cuando no pertenezcan a las filas de la justicia solidaria que encabeza Fernando Ortega, priista y todo, pero generoso a la hora de alimentar con dinero público la rebeldía de doña Layda y sus amigos. Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.