La CFE es una obra de arte burocrática. La negligencia en original y tres copias. Desde las nueve de la mañana “se fue la luz” en el el centro de mi pueblo, zona donde estamos obligados a incluir velas en la canasta básica y dormir con la linterna bajo la almohada. Reportamos el fallo varias veces y seguimos en las mismas, así que a la una de la tarde me presenté en la agencia para darle una caricia a mi masoquismo. Al llegar, encontré a dos empleados en traje de faena jugando con el celular, pregunté a uno de ellos sobre mi desgracia y esto fue lo que respondió:
-Ya tenemos los reportes pero estamos esperando el cambio de guardia para que lo atiendan.
-¿A qué hora es el cambio de guardia?
-A las tres. Pero vienen de Reforma, puede ser más tarde.
Les aclaro: viajan desde el poblado de Reforma Agraria, a 40 kilómetros de Champotón, no desde la Reforma liberal de mediados del siglo XIX, aunque tratándose de la CFE el traslado puede demorar lo mismo.
-Pero el corte fue muy temprano, ¿por qué no lo han reparado?
-Por el cambio de guardia. Es que así es.
El empleado siguió jugando, o enviando mensajes, o lo que sea, que por fortuna su celular incluye batería. Me fui. El suministro eléctrico se normalizó a las cinco de la tarde. “Normalizó”, escribí… ¡qué atrevimiento!
Una semana después volvió a “irse la luz”, esta vez a las once de la noche. Por experiencia (que es mucha, créanme) sé que después de las nueve de la noche la CFE pasa de slow motion a off. Nadie ahí, ni las famosas guardias, mueven un dedo hasta el día siguiente a las siete de la mañana. No quedaba de otra que tomar medidas desesperadas.
Fue una noche asquerosa. Entre Milly y yo nos la pasamos soplando con lo que podíamos a Abelito, que a sus siete meses ya supo lo que es derretirse en el caldo hirviente de Champotón.
A las siete de la mañana fui a la agencia. En la entrada me detuvo el personal de seguridad porque era sábado y ese día la CFE no labora. No fue una respuesta irónica, lo dijeron en serio. “Si tiene algún reporte, marque al 061”, me informaron. Deben haber visto algo en mi cara porque me preguntaron qué me pasaba, les comenté y me gané una explicación pavorosa:
-No es culpa de nosotros, es culpa de la línea.
Acabáramos: a los ancestrales problemas de la CFE como el burocratismo, la corrupción y la negligencia, tenemos que sumarle los fenómenos metafísicos. Me fui.
Me gustaría que privaticen la CFE. No crean que mi deseo abriga la esperanza de que el servicio mejore. De ninguna manera. El desprecio al cliente, usuario, suscriptor es obligatorio en las empresas mexicanas, sean públicas o privadas.
Me gustaría que privaticen la CFE por venganza, para disfrutar viendo a ese contingente parasitario llorar por la chamba que no defendieron con trabajo; para reírme de los que hoy pasean su pereza por las oficinas climatizadas cuando les toque armar sus marchas y plantones bajo un sol despiadado y un calor de crematorio; para que cuando hagan el llamado a la sociedad y supliquen apoyo a su causa, yo le responda que lo sentimos mucho, qué pena, pero eso no será posible porque la sociedad está esperando el cambio de guardia, aunque pueden marcar al 061.
Besitos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.