Ayer, Layda se tiró los pies a AMLO y los dejó relucientes. Fue una escena perturbadora por obscena y, claro, por anacrónica; un regreso a las formas del priismo que creíamos muerto pero que, con la petición de cambiar el nombre de Tabasco por Tabasco de López Obrador que oímos hace unos días y con esta humectación de sabañones, nos demuestra que volvió y más cómico que nunca.
Ella le dice a él que un líder de su calaña solo nace cada 100 años, él le dice a ella, a la hija de un cacique priista que persiguió disidentes y saqueó todo, que les tocó luchar por la democracia en el sureste.
Este episodio de la Salomé del Trópico puso a sus seguidores en brama, en la disposición perfecta para devorar de amor cada pie que se ponga enfrente. El camino al triunfo. En las redes multiplicaron el video de sus héroes disparándose elogios. Es Layda, no se equivoquen, repiten.
Es posible que Layda se haya ganado ayer su candidatura con ese arrastre lento, eso dejó ver AMLO al responderle. Los mensajes “cifrados” que los priistas jurásicos labraron como ceremonia para iniciados se transformaron en clases de cromado avanzado para chairos sin remilgos.
Fuera de la efervescencia de los reptiles, desde las gradas el festival luce como los labios de Layda. Si ella se corona candidata se pondrá en la mira de una cuarta derrota, tal vez ella misma venda la causa como otras veces: la fuerza de la costumbre. Pero también tendrá a su alcance la probabilidad, esta vez real, de ganar y gobernarnos. Ninguna de las dos opciones me aporta esperanza alguna.
Si pierde porque hasta ahora sólo tiene enfrente a Eliseo, una versión clonada de Alito que, al igual que su maestro, sólo conoce la simulación como programa de gobierno y su único fin es el enriquecimiento, además de que padece la estabilidad emocional de un adolescente y acostumbra ver el mundo en dos tintas, defectos sumamente peligrosos en alguien incapaz de controlar sus arrebatos de ira y que no arma maquetas, como el otro, sino que arma sicarios.
Y de ganar Layda, será el disparate de sus mítines portátiles, de sus extravagancias, de su amor desbordado por el dinero y de su legendaria ineptitud, atributos que la han afamado como la peor alcaldesa de la CDMX, donde no ha cometido más atrocidades porque existe ahí una ciudadanía activa y contestataria que la ha limitado.
Pero aquí, en el Campeche del mar huevón y el cementerio de almas, Layda no tendrá freno. Este lugar sigue siendo el mismo que gobernó el cacique Sansores, y si nos atenemos a lo que la señora hizo hoy con los pies de AMLO, que es una reproducción exacta de los ritos que su padre celebró como priista distinguido, nuestro pasado será el futuro.
Si la creencia cristiana sobre el castigo por pecar y faltar a los mandamientos es verdad, me parece que Campeche cometió todos los pecados capitales e inventó varios más, y sodomizó infinidad de veces a los Diez Mandamientos cuando eran niños y asistían al kinder Monte Sinaí, o algo peor. Estamos condenados.
Besitos húmedos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.
