Vivo a una cuadra del parque de Champotón, sede del baile grande de la feria de mi pueblo. Por ese accidente geográfico, hoy 8 de diciembre mi feliz ignorancia sobre la obra de Los Ángeles Azules se convirtió en un tortuoso aprendizaje. El sonsonete mortífero rebota por las paredes de mi cuarto y nada puedo hacer para remediarlo.
Será una noche larga como una esperanza; yo aquí, en mi hamaca, fusilado por esas cumbias infames, y mis paisanos ahí, en el parque, en un torneo de CrossFit para sobacos.
Por única vez cambiaría mi lugar por el de un guadalupano con antorcha, esos que corren por las carreteras buscando un trailer piadoso que los envíe al Tepeyac celestial.
Besitos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.