En su remota infancia, Aysa festejaba su cumpleaños de una forma un tanto excéntrica: cargaba su rifle de diábolos y se sentaba a esperar a sus amiguitos. El que no llevaba regalo recibía un disparo. Por esta y otras “psicopatadas” se ganó el apodo que le ha dado fama internacional: El Loco.
Con esos antecedentes, parecía que Aysa estaba destinado a ser un personaje siniestro, tal vez el líder de un escuadrón recolector de líquido de rodilla derecha, pero la providencia le deparó algo peor: convertirse en el sustituto de Alito en el gobierno. Ahí está.
Culiatornillado en la gubernatura, Aysa fumó sargazo tierno y empezó a resbalar en la idea de la reelección. Fue por esa época en que juró que iría hasta la frontera con Q. Roo y defendería con su vida cada centímetro de tierra campechana, y luego anunció un convenio con CFE que beneficiaría a las familias que consumieran hasta 600 kWh.
El lío limítrofe era entre Yucatán y Q. Roo, nosotros no teníamos nada que ver porque el caso está resuelto a favor nuestro desde hace años, y el acuerdo con la CFE fue una maqueta virtual porque a la empresa de clase mundial le tiene sin cuidado el consumo real, ella ensarta los vatios que le da la gana y a últimas fechas anda distribuyendo los recibos más caros de la historia. Bartlett tiene hambre. No obstante, fueron dos triunfos para Aysa según Aysa.
Luego alguien en Asia se comió un murciélago sin marinarlo en naranja agria y un virus se apoderó del mundo. Cuando el bicho llegó a esta esquina solitaria, Aysa dio permiso para celebrar el IronMan y luego desapareció. Sólo sabemos de él por boletines de prensa cuando se reúne con su gabinete a “supervisar” la peste y por los eventos en que recibe donativos para los hospitales; estos últimos, por cierto, le han valido una sinfonía de mentadas de madre porque El Loco, en su infinita torpeza, llega portando cubrebocas N95 y otros insumos de uso exclusivamente clínico, insumos que médicos y enfermeras, que arriesgan la vida en la primera línea de combate, no tienen porque la familia feliz los acapara.
Angustiado por el aislamiento, urgido de estar para trabajar su reelección, Aysa recién contrató un “especialista” en marketing y redes sociales para no perder empuje y promocionar su imagen con el pretexto del Covid, pero con la intención de prolongar el trabajo mediático para enlazarlo con los tiempos en que se definirá la sucesión.
La campaña es simple: se trata de obligar a los empleados de cada secretaría a compartir todo post de Aysa y obtener una cuota prefijada de likes, comentarios y compartidos, y no hay manera de evadir esta humillante tarea porque impusieron un monitoreo diario que corre a cargo de comisiones creadas en cada oficina y compuesta por los propios trabajadores, quienes, a su vez, tienen que rendir cuentas a un grupo intersecretarial que se encarga de verificar que los informes de cada dependencia coincidan con los números en las redes.
Hasta los aviadores deben servir a la causa. Casi todos ellos tienen condicionada su quincena a su desempeño como borregos eléctricos que en camión de redilas virtual asisten a las apoteósicas publicaciones de Aysa. Quien no dé like y comente, no cobra. Si usted quiere saber a cuántos parásitos alados mantiene con sus impuestos, querido liberal y heroico patriota, no tiene más que asomarse al Face.
La estrategia (por llamarla de algún modo) fue la usada por Alito Moreno en su marcha contra Trump del 2017 y por El Gallo Claudio en 2018, que aprovecharon el temor al despido de los burócratas para obligarlos a asistir a sus eventos.
Pero esa práctica, que en lo inmediato puede ser exitosa, luego se convierte en una pistola caliente porque la venganza de los Godínez suele ser despiadada: Alito llegó al 18 por ciento de aceptación, el nivel más bajo que se recuerde en Campeche desde que se miden estas cosas, y a Claudio le fragmentaron el chip y le enroscaron las pilas en las elecciones. No obstante, Aysa y su campaña van.
Hacer lo mismo esperando resultados distintos es cosa de locos, es como acribillar con diábolos a los invitados a tu fiesta. Pero lo peor es que es una locura costosa. En este Campeche empobrecido y atrasado, que hoy lucha contra la crisis epidemiológica a partir de un sistema de Salud inoperante por el saqueo y personal médico abandonado a su suerte, los recursos humanos, materiales y económicos del gobierno se derrochan en los delirios reeleccionistas del Napoleón del psiquiátrico.
Besitos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.