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La estatua del Negro

El Negro Santini tuvo una idea que a Claudeth le pareció la cumbre misma de la genialidad y, veloz cuál gacela bella, fiel y chingona, mi alcaldesa ordenó que la idea fuera ejecutada de inmediato. Fue así como destruyeron la glorieta del final del malecón para construir… otra glorieta al final del malecón que, hasta donde se sabe, funciona exactamente igual que la anterior.

No está tan perdido el Negro. La nueva rotonda en honor a otro Negro, Sansores, es una jugada de filibustero mayor.

Con esa obra logró, primero, comprar inmunidad mediática porque se la la adjudicó a un empresario cercano al periódico Trifulca, y desde entonces a Claudeth no la tocan ni con el pétalo de una infamia mientras que a Layda le pegan a diario y hasta por debajo de la lengua.

Además, es una ofrenda para alimentar en Layda sus alucines sobre la fabulosa estirpe de los Sansores. Una estatua en honor al Black Jaguar coronando un mojón de concreto es una caricia al ego de la señora que garantiza tanto la protección a Claudeth, que ha sido arrinconada por la voracidad del marido, como su reelección.

Y por último, el sagrado moche del 30 por ciento que el Negro ha elevado a la categoría de ciencia exacta. Así, la cosa esa que costó a los champotoneros tres millones y medio de pesos significó para el Pedro Navaja de Claudeth una ganancia de un millón ciento sesenta y seis mil pesos. Nada mal.

La remoción de una glorieta y la edificación de la otra tomaron nueve largos meses que a viajantes, vecinos y empresarios les parecieron como una inmersión de tres segundos en un sobaco menonita.

Carretera rota, paso cerrado, baches, ires, venires y un contingente de albañiles que trabajaban un día y descansaban tres hasta que, por fin, se restableció el tráfico.

Pero faltaba la estatua del Negro Sansores con el bracito levantado y el dedo apuntando a San Lorenzo, su despojo más célebre.

La primera que ensayaron fue de piedra, pero al Negro no le gustó y por tanto a Claudeth tampoco. La efigie proyectaba cierta decencia que en mucho ofendía al homenajeado.

Ensayaron entonces una de metal, que el domingo 28 de mayo amaneció preparada para la develación. Pero había un problema: la escultura, que en la factura tenía unas medidas y un costó de 800 mil pesos, al quitarle el moche del 30 por ciento quedó como estatuilla del Oscar.

Lo que estaba ahí era un Nelson Ned tamaño jumbo.

La burla llegó a oídos de Layda que canceló su visita a Champotón. Tuvo razón. No está chido que te inviten a develar la estatua de tu papá y al caer la tela aparezca un enanito torero.

La miniatura desapareció de inmediato y no se sabe su paradero. Tal vez la guardaron para cuando toque hacerle un parque a Abelardo Carrillo.

El Negro y Claudeth van por la tercera estatua pero con la precaución de que las dimensiones sean las correctas y quede a salvo el porcentaje del esposo incómodo. Así, si el tamaño adecuado es de seis metros, en la factura aparecerá de nueve y todos felices: a Layda se le pasará el enojo cuando vea a su progenitor inmenso, inmortalizado en bronce, transformado en una gigantesca letrina para palomas sin beca del Bienestar, y el Negro le meterá más dinero a la buchaca gracias a la vanidad disparatada de la gobernadora.

Aquí entre nos, les confieso que para mí el verdadero homenaje está en otro lado. Está en un horripilante pastel de cemento cuya cereza será una estatua fallida, monumento que remata una avenida destrozada que lleva el nombre de papá Jaguar, todo arruinado por la ineptitud y la corrupción. Ese es el mejor reconocimiento al legado histórico del Negro Sansores.

Besitos.

Tantán.

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Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.

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