El viernes pasado se armó marcha contra la delincuencia y la inoperancia de las autoridades en Champotón. Fue convocada dos días antes por Laura Delgado, una vecina de San Patricio harta de los asaltos impunes en su barrio, y la propuesta tuvo buena aceptación, se difundió a través de redes sociales por conocidos troles y agarró peso. Me apunté.
El viernes pasado, desde temprano, hubo movimiento en el ayuntamiento de Daniel León. Querían detener la movilización y se concentraron para encontrar cómo. Vino la lluvia de ideas del staff y pronto brotaron las soluciones: poner un tope, poner dos, de bolitas o de vil pavimento, etcétera; por fin el staff se decidió por tácticas jamás exploradas, a fe de Bestiómetro, como ofrecerle dinero a uno de los difusores de la marcha para que la reventara o ir a casa de Laura a cambiar las luminarias de la calle que tenían cuatro años fundidas, a chapear terrenos baldíos, poner un tope y prometer que ahora sí el ayuntamiento garantizará la seguridad de todos, la paz mundial y la renuncia de Maduro a cambio de la cancelación definitiva del evento; ni las llamadas ni la súbita eficiencia de los danielitos se impusieron a los deseos de manifestarse.
A eso de la doce del día, mientras un ladrón se metía a la iglesia de las Mercedes a robar, los achichincles de Daniel León perpetraron una nueva ofensiva: corrieron el rumor de que la marcha se había frustrado porque los líderes huyeron con un dineral en las bolsas.
El ladrón fue capturado por el sacerdote y los vecinos y amarrado a un poste por si pasaba por ahí la policía, y la táctica del municipio cortada de tajo por la propia Laura quien confirmó en redes sociales la cita de las cinco de la tarde.
A la hora fijada me dirigí junto con Mily al parque. Para ese entonces los rumores sobre la manifestación eran delirantes. Algunos indicaban que el organizador encubierto era Jonny Heredia, porque debió ser él y no León el candidato del PRI y ahora alcalde; y otras versiones señalaban como la mano invisible al gordo Uribe, o más bien dicho a su hija, que pretende gobernar el pueblo a partir de 2021 y no hay bautizo, boda o funeral en el que no se presente a hacer proselitismo.
Al arribar a San Patricio vimos dos patrullas, ocho policías y una camioneta de Protección Civil frente al quiosco. Si en mi pueblo hay 15 policías por turno aquí está más de la mitad de la fuerza de Seguridad de mi ciudad, pensé, y lamenté el riesgo que corrieron el sacerdote y los vecinos de la iglesia de las Mercedes en la persecución y captura del ladrón, cuando bastaba que lo acusaran de manifestante contra la inseguridad para que le cayera encima la maquinaria policiaca.
Una vez integrado con los inconformes me di cuenta que, independientemente de cualquier intención oculta de Jonny o Uribe, el enojo de la muchedumbre era genuino: ahí estaba la mujer asaltada tres veces en su propia casa, la última ocasión con el agravante de haber visto cómo se llevaban sus cosas mientras a ella la mantenían inmóvil con un cuchillo en la garganta; estaba doña Lolis, que me contó cómo una madrugada saquearon la residencia de su hija mientras ella permanecía encerrada en una recámara, muerta de miedo, abrazando a sus hijos; y otro caso, el del tipo que se enteró de la captura de los ladrones que días antes lo habían visitado y acudió, facturas en mano, a reclamar sus bienes, pero estos habían desaparecido y nadie sabía cómo, porque los delincuentes afirmaban que no habían alcanzado a venderlos y los ministeriales juraban que no hallaron nada en la guarida de los malandros.
La ruta de la marcha se organizó rápidamente, llegaría hasta el Parque Principal pasando por el Parque de la Bandera y la calle 28, pero el inicio se retrasó porque unos funcionarios de León quisieron dialogar con la turba quién sabe para qué, porque cambiar la legislación para castigar con más severidad a los ladrones es cosa de los diputados y aumentar el número de elementos de seguridad y de patrullas corresponde al goberladrón Alejandro Moreno Cárdenas, por el famoso Mando Único. Todo eso está fuera del alcance del ayuntamiento. Tal vez sus intenciones sólo eran sacarse fotos para darse baños de likes en redes sociales, porque un policía tomó varias mientras los burócratas hacían su lucha, pero la gente los cortó gritando “¡vámonos, vámonos!” y, pum, nos fuimos.
Caminamos por la ruta pactada, llevamos pancartas y cartulinas con leyendas sobre la inseguridad, gritamos lo que nos enseñaba Loló Argáez, que en la ciencia de inventar porras y consignas tiene doctorado, me dijo Freddy Baeza. Por el camino se sumaron simpatizantes, algunos en coche o en moto, y llegamos a destino alrededor de 300 personas. No estuvo mal para un pueblo que en tiempos recientes ha sufrido desde la más absoluta indiferencia los ultrajes del poder. Una vez en el Parque Principal ocupamos la zona de la fuente y respondimos a las preguntas de la poca prensa que asistió.
Dicen que la marcha tuvo cierta trascendencia porque la autoridad aprobó una patrulla y diez elementos más para reforzar la seguridad. Es decir, ahora serán 25 los uniformados que cuidarán a 40 mil champotoneros. Además, en el transcurso de la semana capturaron al “Chiapaneco”, un bandido que tenía aterrorizadas varias colonias; la policía lo rescató cuando los vecinos afilaban machetes para desollarlo. Ayer cayó un narcomenudista y, por si fuera poco, el ayuntamiento colocó cuatro mil topes porque como todo mundo sabe Los Amortiguadores son una peligrosa banda que opera por estos lares. Hurra.
No soy tan optimista. El auge delincuencial tiene múltiples razones y algunas de ellas son producto de la inmensa putrefacción de las instituciones policiacas. Cuando se trata de una epidemia de robos como la que nos asuela, por lo general existe un romance entre ministerio público y criminales, un pacto de ayuda mutua, y eso define la libertad con la que opera el hampa y la tramitología y el desprecio de los ministeriales contra las víctimas. Muchas horas para abrir un expediente, malos tratos, equipos que no prenden, secretarias que no llegan, todo para disuadirnos de interponer la denuncia. Es la burocracia judicial que obstruye la impartición de justicia. En ciertos casos la perversión es tan grande que se sabe de comandantes que van de un municipio a otro, según les ordene el Fiscal, y viajan acompañados de su legión de ratas. Por tanto, los nuevos agentes y las nuevas patrullas poco podrán hacer contra el retorcimiento del sistema.
En ese sentido, quizá un aporte de la marcha sea que alguien en la Fiscalía dé la orden de que se calmen un poco las cosas en mi pueblo, nomás en lo que Alito pide licencia para huir de su fracaso como gobernador (que no como goberladrón), o para dar tiempo a que los champotoneros se tranquilicen y regresen a las hamacas confiados y convertidos en seybanos. Luego volverá la crisis. Lo anterior confirmaría que el cuchillo en la garganta o el sufrimiento de la mujer y sus hijos encerrados en una recámara se originó en el aparato judicial y su complicidad con los ladrones y que, para trapear la corrupción, harán falta muchas marchas y otras medidas de presión más agresivas hasta que la justicia y la seguridad sean con nosotros.
En suma, creo nos falta un largo tramo, hermanitos, pero lo bueno es que desde el viernes pasado estamos marchando.
Besitos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.