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Las desastrosas campañas de Claudio

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Durante 2017, Claudio Cetina nos saturó la paciencia con su abominable campaña del cambio de Chip. Era insufrible. No podíamos asomarnos a las redes sociales sin que apareciera el chamaco anunciando la colisión de dos mundos: el de los alitolovers, portadores de chips de última generación, contra el nuestro, el de los que hospedamos en la cavidad craneana piezas de barro con glifos precortesianos. La innovación contra la ranciedad.
Pero la realidad es que, aparte del delirio de persecución que sufrimos en aquel entonces porque Claudio aparecía hasta en el momento de nuestras obras mayores (qué hábito tan nefasto llevar el celular al baño), la campaña del chip no daba para mucho. Era un engaño.
La administración de Alito es una sucursal del desastre de Purux Ortega Bernés pero con teleféricos imaginarios en lugar de zapatitos solidarios.
Se fueron las lonjas y llegó el botox.
Pero subsisten las obras caras, mal hechas y para colmo paralizadas; persiste la corrupción y la irresponsabilidad que han colapsado el sistema de Salud, entre otras tragedias; no hay imaginación para superar la crisis económica, el desempleo y la delincuencia, pero sobra seso para inventar inutilidades y soberbia para mirar con desdén, desde una suburban blindada de 3 millones y medio de pesos, la desesperación del 70 por ciento de los campechanos que no gana lo suficiente para comprar la canasta básica.
Acabáramos: el chip de Claudio es un animal jurásico con holograma de Intel.
Para patrocinar sus promocionales, Claudio tuvo a disposición el dinero de la Oficina del Gobernador de la que fue jefe durante dos años y meses, y estamos hablando de cantidades fluviales de lana.
En 2017, el presupuesto aprobado por el congreso para esa Oficina fue de 195 millones de pesos, pero después Alito, con la complicidad de los diputados, lo manoseó para quitarle recursos a Salud y Educación y llevarlo a Comunicación Social (donde alojó 628 millones de pesos para el financiamiento de sus alucinaciones presidenciales), y a la Oficina del Gobernador de Claudio Cetina a la que entregó 563 millones de pesos.
Para ponerlo en perspectiva, en 2017 el Instituto Campechano recibió 127 millones de pesos, 4 y medio veces MENOS que Claudio; Desarrollo Económico 55 millones de pesos, 10 veces menos que Claudio; y Turismo 74 millones de pesos, 8 veces menos que Claudio.
Y lo inconcebible: Desarrollo Rural, la dependencia que atiende el campo campechano, alcanzó 116 millones de pesos, 5 veces menos que lo embolsado por un sólo ejidatario: Claudio.
Luego Alito impuso a su amigo como candidato a la alcaldía y Claudio, fiel a su costumbre, decidió armar otra campaña igualmente onerosa y agresiva para convencernos de votar por él. Esta vez fue la invitación a ponernos las pilas, es decir, a activarnos, a espabilarnos, a movernos.
Nadie tiene claro cuánto ha gastado Cetina en esta nueva aventura. De hecho Ronny Aguilar, de Página Abierta, lo cuestionó hace algunos días sobre este tema y Claudio huyó como si lo persiguiera la pila de Zague.
Pero si tomamos en cuenta que Alito reservó 3 mil 500 millones de pesos de nuestros impuestos para compra de votos y otros hábitos priistas; y que, otra vez, no hay una grieta en el ciberespacio libre del gallo, la inversión en Cetina debe ser fabulosa y, de nuevo, fallida.
Los viejos políticos sabían que durante las campañas había que besar sapos porque el sacrificio bien valía la pena. Pero el gallo Claudio descubrió el hilo tibio. Según él, dorarle la píldora a los electores no es compatible con la modernidad. Lo de hoy es tomar cantidades infinitas de nuestro dinero para producir videos infames donde nos llaman anacrónicos y hue-vones.
Las consecuencias de la novedosa forma de sembrar simpatías ya son evidentes: dependiendo de la encuesta, Eliseo lleva entre 11 y 21 puntos de ventaja, el tiempo se agotó y el daño es irreversible. Mucho me temo que el primero de julio chip, pilas y “las mejores propuestas” van a ingresar violentamente en la cavidad de un gallo desplumado, y no precisamente en la cavidad craneana.
Besitos.
Tantán.

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Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.

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