El diputado Freddy Martínez usó el transporte urbano. Él, que siente habitar ya otro mundo, el de la corrupción impune que otorga riquezas fabulosas, tuvo la gracia de viajar un ratito en un cacharro oxidado repleto de prófugos de la abundancia. El mensaje es claro, los pobres sin remedio deben saber que no los ha olvidado.
También hay otro mensaje. Freddy pretende desmarcarse de otros funcionarios de este gobierno, que no lo confundan con esos que se alimentan de Suburbans, aires acondicionados, secretarias y guachomas, alfombra y comilonas para desquitar años de miseria reptando para escalar.
Pretende, también, seguir el ejemplo de Alito Moreno, capaz de remojarse en Playa Bonita, el balneario popular, para presumir su Suprema sencillez.
De pronto, Campeche está plagado de réplicas de Evita Perón región 4.
Imagino la reunión donde tomaron la decisión de encaramar a Freddy en una nave de la muerte: nuestro héroe pensando cómo ser distinto a la soberbia que crece en grande cuando surge la idea genial: ponte una ropita jodida, súbete en un vehículo para jodidos, foto, redes sociales y que te amen por parecer jodido cinco minutos. ¡Yastá!
Y ahí va Freddy, sentadito, en manos de un chofer oligofrénico, desafiando al tétanos. Luego la propaganda en la Internet, donde el triunfo de la sencillez se mide en “likes”.
Maquiavelo escribió: “Todos pueden ver lo que aparentas; pocos, lo que eres”. De ese supuesto se han colgado los mercachifles de la propaganda. De ahí quieren colgarse Freddy y el Supremo, pero hay un fallo en la estrategia: en tiempos de la web, hasta las verrugas más feas de nuestras biografías están hechas de bits y disponibles en el ciberespacio. Muchos saben lo que eres.
Es por eso que el remojo de Alito en el caldo de plebe de Playa Bonita causó enojo, porque sabemos que después se fue a su casa de 100 millones de pesos, mansión que representa, centavo a centavo, el desastre institucional en Salud y Educación, la cancelación de oportunidades, la debacle de los servicios públicos, la miseria y el atraso circundante, y todas las calamidades que resultan de usar el dinero de todos en beneficio personal, que en el Veracruz de Duarte significó quimios falsas para niños enfermos de cáncer y el desvío de 40 mil millones de pesos.
Por eso causa repugnancia el “baño de transporte urbano” de Freddy. Y lo peor es que no entiende que esta simulación ridícula no lo integra con el paisaje de la pobreza, sino que lo excluye. Porque para el jodido común, especie en vías de crecimiento, treparse en estás cápsulas rodantes es cosa cotidiana que no merece comentarios; en cambio para Freddy, desde que Alito lo metió en su círculo y supo lo que era comer con manteca, es una expedición a un lugar exótico que requiere, pare ser creíble, de testimonios gráficos.
Hace algunos años, un funcionario de Purux viajó a Nueva York, se envolvió en pieles y se tomó una fotografía. Era como ver a un oso polar abrazando a un volador de Papantla. Pero había algo sincero en esa imagen: el nuevo rico quería informarnos su ascenso social: tomen su Playa Bonita, yo me fui a Time Square. (Quién sabe dónde estará ahora, sic transit Purux.)
Lo de Freddy es distinto y mucho muy cruel. Pertenece al régimen que ha construido generaciones de jodidos y ha hecho de Campeche un santuario de la pobreza, y pertenece a un gobierno que trabaja en lo mismo y sin descanso. Pero Freddy, el cínico, va al transporte popular para simular humildad y promocionarla. Según él, nada engaña mejor a los jodidos que usarlos como escenografía en un montaje fotográfico. Un político siempre luce mejor rodeado de sus víctimas.
Besitos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.