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Lo que vienen siendo los idiotas

 
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Hace algunos años, en uno de esos lapsus pendejus que con la edad se hacen frecuentes, me estacioné en una de las abundantes líneas amarillas que intoxican la capital y me gané una multa bien puesta. Ni para dónde hacerse. Para acabarla de jodere, cuando descubrí la boleta en el parabrisas tuve un pasón bélico y la tiré al mismo lugar donde desaparecieron las obras monumentales de Alito con el presupuesto mierdero que le regaló su amigo Peña Nieto; luego me fui y olvidé el asunto.
Tiempo después, al ir por una nueva tarjeta de circulación, emergió desde las profundidades del sistema informático esa multa más recargos y otros pecados de lesa vialidad, y venga para acá ese profanador de banquetas sagradas.
Aclaro una cosa: pagué feliz de la vida porque descubrí que la policía ya contaba con una base de datos cibernética, que ya no era aquella recua uniformada que portaba toletes de Xbacab, armas precortesianas y que, sin la bendición de leer y escribir, calcaban placas mientras sacaban la lengua por un costado del hocico. En algo hemos avanzado, pensé. Famosas últimas palabras.
Hace unos días fui a renovar mi licencia de conducir a la dirección de Seguridad Pública de mi pueblo y me encontré con que tenía que presentar una cantidad estúpida de documentos: desde el acta de nacimiento hasta la curp pasando por la carta a los reyes magos de 1976, y además tomar un curso de manejo.
Es decir, tenía que hacer el trámite como si fuera la primera vez, cuando tengo 46 años, porto licencia desde hace un cuarto de siglo y la he renovado varias veces sin necesidad de retacar de papel al ogro burocrático.
Recordé entonces aquella multa por violar la santidad de la línea amarilla, que echó la hueva en el espacio virtual esperando el momento exacto para darme el sablazo, y me pregunté: ¿por qué la policía sí fue capaz de guardar en un banco de datos esa infracción y el recargo correspondiente, pero no los papeles con los que acredité mi licencia de conductor? ¿Por qué el gobierno de Calígula Moreno Cárdenas exige realizar todo el proceso de nueva cuenta, cuando Puruxes y demás plagas sexenales sólo requerían la licencia vencida y el pago?
Fui al módulo de información y pregunté al policía si iba en serio el absurdo. Me dijo: “son lo que vienen siendo órdenes de arriba”, pero ahí mismo me dio una solución menos engorrosa: ir al “cajero” de la Secretaría de Finanzas en Campeche en donde con sólo presentar “lo que viene siendo el plástico” recibiría el nuevo. Perfecto.
Al día siguiente fui al “cajero”, entregué mi licencia, posé para una foto y escuché el anuncio: “vamos a pasar a lo que viene siendo la impresión del plástico”. Ruido extraño, letrero rojo en pantalla, empleado que se rasca la cabeza. “Tronó lo que viene siendo la impresora”, me informaron. Que regresara en tres días.
Regresé y lo logré. Arribamos aquí a otro de los grandes misterios de la “campechanidad”: si este “cajero” es capaz de fabricar licencias sin burocratismos tangenciales, ¿qué importancia tiene para la Secretaría de Vialidad, el reino vegetal que preside Jorge Argáez, el vasto y ridículo papeleo que solicitan en Champotón y, supongo, en el resto de los municipios? Evidentemente, ninguna.
Entonces, si los papeles no son escaneados ni archivados ni tienen la menor importancia, según hemos visto, ¿por qué Alito y Argáez se empeñan en torturar al ciudadano con este trámite inútil? ¿Por qué resulta más fácil obtener un título de la René Descartes que la reposición de una licencia de conductor? ¿Les hace falta papel higiénico en Vialidad?
Disparates como este sólo tienen una explicación: nos gobierna un contingente de idiotas en estado de gracia. Ahora bien: como los liberales y heroicos toleran estas bestialidades sin siquiera rumiar una mentada de madre para apaciguar el alma, entonces la explicación abandona su simpleza y se convierte en neta sociológica: nos gobierna una partida de idiotas y con justa razón, porque ellos representan en todo su esplendor la verdadera esencia del pueblo campechano.
Besitos que no requieren curp.
Tantán con selfie en original y tres copias.

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Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.

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