Marce y sus hijos son el gabinete de Seguridad de Campeche. Cada uno de ellos tiene una responsabilidad vital en ese aspecto y en conjunto son los encargados de protegernos. Esa es la teoría. En la práctica, la delincuencia alcanzó un incremento histórico en la entidad: mil por ciento, en tanto Marce y sus crías no hacen otra cosa que vivir y festejar en grande y a todo lujo con nuestro dinero.
Como Cazarín, el líder del Congreso, los Marces han encontrado en la estridencia, los excesos y el derroche obsceno los amuletos contra la mediocridad a la que estaban condenados por sus nulos méritos profesionales. Layda les entregó un cargo y, en perfecta sintonía con la burocracia dorada que Amlo prometió desaparecer, Cazarín y los Marces miden sus triunfos en función de la ineptitud, el saqueo y la presunción de ambos; la meta es abusar del cargo y hacerlo público como terapia para escapar de la nada que eran y exorcizar sus complejos. Por supuesto, nosotros pagamos ese tratamiento psicológico.
¿Recuerdan las Subusban´s blindadas de Alito, las compras en Polanco, en boutiques exclusivas, por cientos de miles de pesos pagados en riguroso efectivo, la Casa Blanca, los autos deportivos y la colección de motocicletas, los aviones rentados y el largo etcétera que configuró uno de los despilfarros más trepidantes de la historia de este lugar enfermo, tan largo como los fracasos del gobierno del Envenenador de Perros? Pues bien, lo que estamos viendo es una reedición de ese festival del latrocinio y la vulgaridad.
El cambio verdadero huele a prófugos de la miseria que, como Alito, creen haber encontrado en la función pública un título nobiliario, y en la sustracción de nuestro dinero la salvación momentánea de su miseria humana.
Pobre Campeche.
Besitos.
Tantán.
Post scriptum: al final del video dice que no debemos tolerar más abusos de foráneos. Corrijo, no debemos aceptar más abusos de nadie, ni de los de aquí ni de los de allá. Al final del día (diría cien mil veces Alito), ni la zafiedad ni la cleptomanía son exclusivos de un gentilicio, de un color de piel o de una marca de botox, pero el dinero que se meten al bolsillo sí tiene denominación de origen: es campechano.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.