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“Obstruíos los unos a los otros”

Esta foto la tomé a las dos y veinte de la tarde en la Avenida Revolución de Campeche, a unos metros de la escuela Guadalupe Victoria. Como pueden observar, es un desastre creado con esmero y preciosismo por los liberales y heroicos burócratas.

Hasta hace poco, esa avenida estaba dividida por un camellón semi derruido y sufría una intoxicación de fugas de agua, baches y topes que, para muchos, eran la explicación de la esclerosis vial. 

De vez en cuando, la Dirección de Vialidad apostaba a un policía para organizar el tráfico, y era común verlo recargado en la pared de la escuela, mirando con fastidio a los conductores que se estacionaban en doble o triple fila interpretando una sinfonía de claxonazos en sostenido mayor.

En una ocasión, cuando vivía por ahí, fui a preguntarle al poli por qué no hacía valer su autoridad y me contestó que era imposible: si intentaba llamarle la atención a fulano o infraccionar a zutano, se llevaría el primer regaño ahí mismo por no saber con quién te estás metiendo, naco de mierda, luego recibiría otra de sus superiores por pendejo, las infracciones desaparecerían mágicamente y a él lo castigarían con un arresto.

“Son tíos y tías, sobrinos y sobrinas, amigos y amigas, esposas, queridas o secretarios de algún funcionario. Mejor que se desbaraten solitos”, me dijo mientras contemplábamos a los pichitos amorosos odiándose con un fervor parecido al que sienten por el Cristo Negro.

El gobierno amplió y reparó la avenida y cambió la señalización; ahora es de un sólo sentido. Con eso debería de haber bastado para desaparecer la pelotera en la Guadalupe Victoria y, no obstante, el caos permanece, como si las monjas enseñarán ahí una versión del evangelio que dice: “Obstruíos los unos a los otros”.

En conclusión, la causa de la esclerosis vial no eran los baches o el camellón, era y es ese segmento de “lo mejor de Campeche” que cada mediodía da cátedra de valemadrismo, incivilidad, influyentismo y estupidez con sus hijos como pasajeros y discípulos. 

Ahí es donde los niños aprenden los fundamentos de su relación con los otros aborígenes y los límites de la ley, lecciones que los marcarán de por vida y que ejercerán cuando les toque un cargo público, se trasladen en Suburbans, administren el erario y controlen el destino del lugar de serpientes y garrapatas.

Con estos antecedentes, el futuro de Campeche, como su presente, tendrá la forma, el dinamismo y la belleza de un congestionamiento vial. Porque aquí la estupidez no se crea ni se destruye, se hereda como la fascinación por los claxonazos.

Besitos.

Tantán.

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Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.

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