Fíjense que hace tiempo conocí a una muchacha cuyo marido, sin saber lo que hacía, la obligó a leer dos líneas de una obra de García Márquez; días después, cuando emergió del primer párrafo de la primera página considerándose, sin falsos pudores, una intelectual en toda la línea, volteó a ver a las amigas que entretenían la vida con pasatiempos menos edificantes: las telenovelas, las canciones de Shakira, las revistas de espectáculos, y las catalogó como ejemplares aborrecibles que, decía, “sólo tienen un frutilupis en la cabeza”.
Pero esta muchacha, con todo y su bagaje intelectual, creía cargar una losa de su pasado oscuro e iletrado: una desbordada pasión por Pandora. La logró ocultar durante algún tiempo pero una noche, al calor de la parranda, no sólo lo confesó con un grito liberador sino que fue hasta la grabadora y en las siguientes cuatro horas nos recetó completitos los éxitos del grupo incluidos en una edición pirata. Años después todavía siento escalofríos. Fue por eso que, cuando anunciaron que Pandora amenizaría la velada de coronación de la feria de San Francisco, supe que aquello sería un triunfo sin precedentes para el Ayuntamiento: si la muchacha de mi historia no podía resistirse a las canciones de las Lascurain a pesar de su elevada cultura, imagínense.
En efecto, el concierto fue un trancazo. Lo estuve siguiendo vía twitter y hubo quien cantó y escribió que cantaba, y lloró y escribió que lloraba, porque en tiempo de redes sociales los sentimientos sólo son genuinos si se “postean” de inmediato, y al final la opinión unánime fue el agradecimiento a Ruelas por esa noche memorable.
Ahora bien, que el alcalde haya aprendido que al pueblo pan y circo y se haya apuntado el logro más grande de su administración, es una cosa; faltaba ver qué dirían los sinodales de su gobierno, los tribuneros, cuya noción de pluralidad es muy simple: todas las voces son bienvenidas siempre y cuando rujan contra Ruelas.
Hoy, ansioso, abrí el periódico para contemplar las labores de demolición del “pandorazo”, pero lo que encontré fue una chispa en mi equilibrio, dinamita que estalló: Tribuna no publicó nada del gran evento. La omisión, que me parece muy grave para un periódico que se precia de proporcionar al momento información concisa, ágil y veraz (¿o será éste el eslogan de Crónica?), me abolló la curiosidad pero me consolé argumentando que la coronación había acabado muy tarde y no hubo tiempo para una reseña sangrienta, donde las pandoras fueran una alucinación colectiva producto del consumo de lechón tostado mezclado con estupefacientes, o algo por el estilo. Pero secretamente sigo agobiado.
Quiera dios que esto no represente la claudicación del Tribuna en su batalla contra los poderes maléficos de Ruelas y su gran visir, el Chato Pizarro. Quiera dios que mañana los 200 mil lectores del diario más vendido de Campeche nos despertemos con la noticia de que el concierto no fue de Pandora, porque el grupo desapareció para siempre en un bache cuando se dirigía al “Renacimiento”, sino de un trío de empleadas del Ayuntamiento con problemas de obesidad mórbida, disfrazadas por Jessy con modelos ochentenos sacados de una película de Pedrito Fernández y Lucerito, que ante liberales y heroicos patriotas hicieron un playback digno de las mejores épocas de Siempre en domingo. Eso sí me haría feliz y lo siento por los admiradores de Ruelas, pero a los 41 años, tristemente, me he convertido en un animal de costumbres.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.