Vi un partido de futbol ayer al mediodía, un juego sin pena ni gloria que, no obstante, me dejó inquieto por un fuera de lugar que el VAR solucionó sin problemas, pero que me brincaba en la mollera obsesivamente. Por la tarde fui a la coronación de la reina infantil, Mariángela I, porque Abelito fue paje de la soberana y su mamá es integrante de la comparsa de señoras que el comité organizador invitó para “deleitar a los presentes” (eso dijo el maestro de ceremonias). Tenía las mismas ganas de estar ahí que en un curso sobre el desarrollo y cultivo de bonsáis, pero como padre de la criatura y esposo de una artista consumada tuve que asistir y aguantar estoicamente. Y fue en esos momentos, entre las prisas, las fotos, el trance de cuidar que el niño no se hurgara la nariz en el momento cumbre y luego, cuando volví a tenerlo conmigo, explicarle que no, que su mamá no estaba pateando sádicamente a unos monstruos invisibles sino ejecutando una bonita coreografía, cuando llegó la revelación: vi a Raúl Pozos muy adelante de la última línea de defensas y en flagrante fuera de lugar. Entendí.
Una o dos semanas atrás se destapó Pozos como candidato al gobierno del Estado. Entre las cosas que declaró en el festival donde desnudó sus ganas y en las entrevistas posteriores resaltan que tiene 30 años preparándose políticamente y que sería un gran gobernador. Y por supuesto, tanto en el festival como en las entrevistas Raúl deleitó a los presentes (eso dijo el maestro de ceremonias) con un amplísimo repertorio de morisquetas que dejó a Jim Carrey en calidad de estatua de la Isla de Pascua.
Por lo general, la memoria de los campechanos es anoréxica, pero en tiempos de carnaval adquiere también tendencias bulímicas y no permite otro alimento que no sea el conteo de canutillo, chaquira y lentejuela que porta cada reina, la medición escrupulosa de qué tan a toda madre o qué tan mamilas son los reyes del espectáculo y los comentarios en Facebook defendiendo a las “reynas” de los críticos mala leche. Son siete días en que el carnaval lo colma todo y los campes se pasan en limpio, resetean el disco duro y se preparan para un largo año de tedio burocrático y parálisis económica a la espera de que lo que nunca va a suceder, suceda. Es como el neuralizador de Los Hombres del Negro.
Por tanto, lo sensato para los aspirantes a la gubernatura es dejar pasar este jolgorio, tal vez esperar hasta después de Semama Santa, y entonces lanzarse al vacío en busca del cetro, corona y maqueta de Alito. Pero mi querido Raúl Pozos pensó distinto y decidió postularse hace unos días; las consecuencias son palpables: todavía no comienza en forma el carnaval y ya nadie se acuerda de sus 30 años haciendo morisquetas.
El destape fue un error de cálculo de principiante, un fuera de lugar tan obvio que ni siquiera requirió VAR, si al caso necesitaría un bar de mala muerte donde los seguidores de Pozos, en honor al timing político de su líder, vean pasar el bando del sábado de carnaval comiendo pibipollos junto a un árbol de navidad.
Lo que natura no da, tres décadas de sometimiento burocrático no prestan (dijo el maestro de ceremonias). Nos vemos después del miércoles del ceniza que yo también voy a pasarme el limpio.
Besitos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.