Para evitarle a los funcionarios del jaguar perezoso la penitencia de comparecer sin nada que informar, para no someterlos a la complejidad de explicar el vacío o de dar maromas como un panda intentando justificar diez meses de parálisis, fugas de dinero y subejercicios presupuestales deliberados para apuntalar las obras de Amlo y la precampaña de la Shitbaum, los morenos cambiaron las reglas de estas supuestas rendiciones de cuentas y ahora los legisladores opositores estarán maniatados ante los esbirros de La-ida.
En unos días más los secretarios acudirán ante un legislativo que ha limitado las preguntas, limitado el tiempo, limitado todo en homenaje a la censura más rupestre, esa que tantas veces puso a los morenos a vomitar sapos y culebras contra los antidemocráticos prianistas.
Por supuesto los diputados priistas, que con la llegada del jaguar se curaron de su miopía ancestral, han enarbolado la maqueta de la responsabilidad y acusan a Morena de dinamitar el proceso legislativo y de traicionar a los campechanos al negarle información crucial del quehacer gubernamental. El pueblo es el que paga nuestros salarios, dicen con un toque de dramatismo de no lactar.
Sí, es cierto lo que dicen los priistas. Pero la realidad es que para los campechanos, que hemos pagado los salarios de todos los parásitos que han transitado por cualquiera de los gobiernos y sus apéndices, la situación no cambiará en nada.
Cuando no mandaban los morenos sino los otros bandidos, los del prian, el propósito era el mismo: escamotearle a la sociedad la información oficial, pero en esos ayeres el engaño era manejado con sutileza. Los representantes de la oposición eran comprados para que se enterraran sus convicciones y sus ganas de cuestionar funcionarios en esa parte donde la espalda se convierte en pornografía. Y los adversarios del régimen aceptaban las monedas y se traicionaban perreando como en un aquelarre reguetonero.
De esos tiempos tenemos recuerdos frescos: la bancada Morena de la legislatura anterior, gobernada por Caníbal Ostoa a través de su mozo de estoques, un tal Flores, fue burdel de Alito Moreno y tumbadero de Aysa. Se prestaron a todo: a los presupuestos desquiciados, a las obras delirantes e inútiles, al gasto obsceno en autopromoción, al saqueo en el sector Salud y hasta aprobaron con desbordante felicidad el fraude de la Ciudad Administrativa que coronó Aysa.
Por tanto, sin importar la legislatura ni los métodos, antes producto del refinamiento y hoy atrabiliarios como corresponde a la vulgaridad buena y sabia, las comparecencias seguirán siendo un escaparate para que los diputados demuestren en 8K y Slow Motion su infinita podredumbre, y para que los ciudadanos nos quedemos sin conocer las múltiples formas en que el gobierno erosiona nuestro dinero sin que la entidad sepa de obras, de mejoramiento económico, de seguridad o de cualquier cosa en pro del bien común.
El “cambio verdadero”, como la “continuidad falsa”, huelen a lo mismo, a maqueta hecha de lodo y a digestión de jaguar decrépito, y por la misma razón: el gobierno y las cúpulas partidistas tienen intereses que la democracia ignora.
Besitos.
Tantán.
En la imagen, el derrumbe de ayer en la calle 10 del Centro Histórico de la capital, o lo que es lo mismo, una descripción gráfica del Primer Informe de Gobierno del felino reumático.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.