El primer error de Lupita Torres Arango fue decir una verdad disimulada.
Por poner ejemplos recientes, los priistas no tienen cargos de conciencia con la aplicación de quimios de agua salina a niños con cáncer, o con robarse miles de millones de pesos, o con armar un fraude obsceno para aplastar el sufragio popular, porque han construido un método de expiación que consiste en refugiarse en el protocolo y el lenguaje. Es un partido de canallas que pueden convivir sin percibir el hedor de su ineptitud o de su riqueza; es la institución que convirtió una esperanza de legalidad (“investigar hasta las últimas consecuencias de ley”) en una promesa de la más feroz impunidad.
Y a eso nos han acostumbrado. Si Lupita hubiera cumplido con el rito afirmando el amor del priismo por la honestidad y la justicia, la cosa no pasaba de unas cuantas expresiones de hartazgo. Pero declarar por error una verdad científica provocó las mismas carcajadas que causa un niño que confiesa haberse echado un pedo.
El segundo error de Lupita, la aclaración posterior, me parece mucho más grave porque no tenía razón de ser. Las redes son el paraíso de la fugacidad. Unas horas después de cometida su barrabasada se hubiera traspapelado detrás de alguna otra: el tamaño del clítoris de Miss España o la celebración en el Vaticano por sumar el primer millón de niños ultrajados. Pero ahí fue Arango a señalarnos que somos humanos (no puertas ni zonas postales), humanos que cometemos errores (hallazgo brutal a fe mía), y que ella estará siempre a favor de castigar los delitos, y aquí fue donde la cosa se puso fea.
Usar una falacia flagrante para encubrir una verdad disimulada no es una buena estrategia porque pueden tomarte la palabra, Lupita. Por ejemplo, si estás a favor de castigar los delitos, comienza por el que te hizo diputada, el asqueroso fraude electoral: castígate renunciando a esa vergonzosa curul y metiéndote en la cárcel. Danos una prueba de congruencia. Sí, sé que peco de ingenuo, pero recuerda que somos humanos que cometemos errores.
Besitos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.