Una niña de Champotón murió de dengue hemorrágico, o al menos esa es la sospecha generalizada, pero el secretario de Salud tiene otra teoría sobre el tema.
Entrevistado por un diario de circulación peninsular, Cobos Toledo dijo que no tenía los resultados de los análisis practicados a la víctima y por tanto no sabía con certeza la causa del fallecimiento, pero afirmó que este año la incidencia de dengue disminuyó en más del 70 por ciento.
Claro que han habido casos, dijo, pero son responsabilidad de la gente que se niega a eliminar sus cacharros, hervideros de mosco.
En conclusión, según Cobos Toledo y sus números la lucha contra el dengue ha sido un triunfo inapelable, no así la campaña de descacharrización que se ha topado con la inconsciencia ciudadana. Por tanto, eliminada la responsabilidad de la Secretaría de Salud, la respuesta a lo sucedido en mi pueblo es esta:
La muerte de la niña fue un homicidio colectivo.
Culpar a la ciudadanía es el gran aporte de este sexenio. Si no hay obra pública y el gobierno no funciona, es porque no pagamos impuestos; si el Megadrenaje reventó fue por culpa de la basura que usted, ellos, nosotros tiramos en la vía pública. Ambas explicaciones pertenecen a Fernando Ortega y su largo romance con la estupidez.
Tristemente, las plagas de dengue y chikungunya que nos están devastando no son lo peor que hemos vivido estos últimos tiempos en materia de Salud.
Durante los gobiernos de Salomón Azar, González Curi y Jorge Carlos, Campeche logró y mantuvo el primer lugar en vacunación. Durante 18 años fuimos ejemplo a nivel nacional, pero sólo tres meses le bastaron a Fernando Ortega para destruirlo todo. En diciembre de 2009 ya habíamos perdido ese privilegio y seis años después es casi imposible vacunar a tu hijo.
Lo mismo sucedió con la batalla contra el cáncer cervicouterino. Jorge Carlos implementó el programa de detección temprana, la mejor forma de enfrentarse a una enfermedad cuya gestación demora 25 años, y también las vacunas contra el papiloma; con esas medidas consiguió disminuir la tasa de mortalidad.
Pero el programa fue boicoteado por el primer secretario de Salud de Purux, Enrique Iván González, urgido de dinero para construir su camino a la alcaldía de Carmen, y por varios funcionarios más, entre ellos el compadre del sexenio, un tal Duarte, que es una rata silenciosa pero letal para cualquier presupuesto.
Las repercusiones ahí están: hoy el número de muertes por cáncer cervicouterino es mayor, incluso, a la etapa anterior a Jorge Carlos, y va en aumento.
Sumemos a este escenario de terror el Hospital de Especialidades, que es un rastro público, o los servicios de salud en los municipios, donde no hay ni aspirinas.
La otra cara de esta historia es la riqueza que Fernando, Sarmiento y los funcionarios de Salud estatal han hecho a costa de la tragedia.
Por poner un ejemplo, una sola familia es dueña de tres comercializadoras que surten a la Secretaría con productos de muy mala calidad a precios inconcebibles. Ahora, esa familia presume lujos que nunca soñaron y eso que apenas se lleva una parte del botín, porque el trozo grande va para el compadre del sexenio y, claro, para el mozo de estoques del Purux, matarife en Sihochac hasta hace unos años.
La muerte de la niña de Champotón no fue un homicidio colectivo, como indican los números y la repartición de culpas de Toledo. La muerte de la niña, como muchas otras, fue un asesinato perpetrado por la voracidad de este régimen.
Fueron crímenes de Estado.
Y lo que falta. Antes de la peste solidaria, los gobernadores eran diestros en el robo pero algún cuidado ponían en sus gobernados. A partir de Fernando Ortega, la razón primera y última del gobierno ha sido el saqueo sin importar la estela de fatalidades que van quedando atrás, sacrificios necesarios para que Sarmiento le comprara un caballo a Pablo Hermoso de Mendoza o Duarte decorara su casa con las exquisiteces de Liverpool.
En elenco puruxista se irá tranquilo con lo robado, sin cargos de conciencia y sin preocuparse por la ley o por el castigo de los campechanos, seres inofensivos que, al igual que su mar, están obsesionados con nunca hacer olas. Y lo peor de todo, chitos, es que lo mejor está por venir.
Nos vemos el lunes.
Besitos luctuosos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.