¿Se quejan de los topes en la Avenida Costera? Bueno, primero deben saber que el tope es la única forma de combatir tres fenómenos cuya conjunción es causa de tragedias.
El primero es el del conductor idiota que se siente ofendido por los límites de velocidad, esas imposiciones ridículas que contavienen su derecho a romperse la madre a 200 kilómetros por hora en donde se le hinchen sus insensatos tanates.
El segundo es la corrupta policía de vialidad, que a cambio de una mordida entrega licencias de manejo a quienes no tienen ni el conocimiento ni la destreza para conducir y que, en la última parte del proceso, cuando la incompetencia institucional produjo su legión de pilotos suicidas, prefiere morderlos de nuevo a imponer una sanción ejemplar.
Y el tercero es la urgencia por el saqueo que ha sido el sello de los gobiernos mexicanos de todo nivel. Seis años son pocos para lo que hay que robar, tres años ni les digo, y eso exige a nuestros gobernantes edificar en serie disparates de pésima calidad a costos siderales para atracar el mayor monto posible, monto que en algunas ocasiones resulta más grande que el dinero realmente invertido en obras destinadas, como es lógico, a irse a pique y provocar desgracias.
El socavón que costó la vida a padre e hijo en el paso Exprés de Cuernavaca y la Avenida Costera en Campeche usufructuada por Alito son dos pruebas de lo anterior.
Ante la estupidez de unos, la corruptibilidad de otros, la voracidad de las ratas y la complicidad de todos, emerge la clonación infinita de topes como el único método efectivo para salvarnos de nosotros mismos. El tope como monumento a nuestro primitivismo que obedece mejor a los obstáculos que a leyes y reglamentos.
Y miren lo que son las cosas: a veces ni los topes pueden con el trabajo. Pasa que se repite el ciclo: gobierno coloca topes chafas cobrados como joyería Cartier, como esos amarillos con el nombre de Alito que salían volando tres minutos después de haber sido instalados; los conductores se aferran a pasar por los espacios vacíos para no aminorar la velocidad y en esa maniobra letal compiten con motociclistas de “mandaditos” y pizzeros conscientes de que su carga es más valiosa que su vida, y como árbitro ocasional en ese duelo de cretinos está la policía que se limita a tirar dentelladas y, en casos fatales, a llamar a la ambulancia cuando este sistema echado a perder reclama sus víctimas.
Parece que el único remedio para nuestra bestialidad es que coloquen patrullas yucatecas en las calles de Campeche, esas que súbitamente nos convierten en ciudadanos respetuosos de las señales de tránsito y nos inducen a pasar tranquilitos, como de puntitas, por el periférico de Mérida.
Pero, ups, creo que estaban quejándose de la Costera y ahí fui de imprudente a ponerle un tope a ese torrente de indignación. Discúlpenme, por favor.
Besitos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.