AMLO vagaba por su oficina de Palacio Nacional tratando de recordar algo. Todo es tan confuso. ¿Septiembre es el mes de la Independencia o del evangelio, la diabetes es la responsable de las muertes por el crimen organizado o es la hipertensión, cómo va la rifa de Gatell? De pronto supo qué era: había ido al baño y olvidó subirse la bragueta. Creo que tampoco me lavé las manos, se dijo. Iba a eso cuando lo interrumpió su secretaria: Layda viene, señor.
Layda vino. Se plantó frente a Obrador y le agarró la mano, éste quiso zafarse porque había ido al baño y… pero sintió en los nudillos un beso tronado, húmedo, salvaje que lo puso a viajar en vuelo comercial hacia su infancia en los pantanos tabasqueños, a las aguas oscuras y pútridas, al zumbido de los insectos y a su hermanito Pío jugando con bolsas de papel de estraza. Navegó feliz por su nostalgia hasta que el tono histérico de Layda lo reingresó en el presente:
-¡Y por eso no quiero ser candidata a gobernadora!
-Gobernar no tiene ciencia -respondió AMLO. Pero si no quieres ir tú que vaya Ku Herrera, he platicado con él y se ríe y me dice que sí a todo, con eso basta.
-¡Ah, no! Ku Herrera no. Tú me prometiste que si yo no quería volver al rancho podía imponer a quien quisiera -contestó la Salomé del Trópico.
-Claro que te lo prometí -dijo AMLO, que no se acordaba de esa promesa ni de otras, como bajar el precio de la gasolina o regresar al ejército a los cuarteles, pero, maldita senilidad, tampoco estaba seguro de no haberlas hecho.
-¿A quién propones? -preguntó Obrador.
Layda armó un Pozos plegable y le dio cuerda. La figura se adelantó para saludar al líder.
Reverencia, sacudida de manos, nombre completo y para servirle, señor. Layda comentó: “Es muy obediente”. AMLO lo escudriñó: vio el peinado y felicitó mentalmente a los ingenieros mexicanos que construirán Dos Bocas a pesar del mangle indómito; bajó la mirada y halló algo en los ojos de Pozos. ¡Mi bragueta!, exclamó el presidente. Layda se quitó la dentadura postiza y Pozos empezó a arrodillarse, pero los detuvo abruptamente: ¡No, no, no, lo que necesito es subírmela!
Cuando terminó de trepar el cierre ya había tomado una determinación. No quería meterse en problemas con Layda, menos cuando se acerca la elección interna del MoReNa que se está saliendo de cauce. Además, el monigote que le trajeron tiene la misma disposición y docilidad que Lord Molécula. No respondió de inmediato. Se dio la vuelta y caminó hasta la ventana, saludó a una muchedumbre imaginaria y recayó en sus añoranzas: saboreó el pochitoque en verde que su mamá cocinaba en Semana Santa y el guarapo de noviembre, y entonces se le agrió la saliva al evocar a Calderón, borracho infame, que le impidió llegar a la Presidencia cuando aún tenía idea de qué carajos hacer como presidente. Oyó el carraspeo de Layda y se río. Siguió frente a la ventana, haciendo como que pensaba, hasta que la doña carraspeó de nuevo y musitó: ¿Va Pozos?
AMLO metió la mano en las bolsas de su pantalón y recorrió el recinto. Se detuvo de pronto y preguntó: “¿Es Campeche, verdad?” Sabía muy bien de dónde era Layda pero se deleitaba jugando con la desesperación de los otros, le satisfacía verlos cocinarse en sus ansias mientras él, dueño de la última palabra, alargaba el suplicio con nimiedades y reiteraciones. “¿No es Campeche el lugar donde aplaudían las maquetas de Gatell?”, interrogó. “Las maquetas eran de Alito, señor”, aclaró Layda. Maldita sea, pensó AMLO, ya ni pendejear al prójimo me sale bien. No quiso prolongar más el trámite, no tenía caso. Controlando apenas el desaliento confirmó: “Va tu recomendado, Layda”, y se escondió en el baño para lavarse la bragueta y subirse las manos.
Besitos.
Tantán.
Salvo una que otra licencia literaria que, estoy seguro, ustedes detectarán a simple vista, o leyendo en último caso, la historia es la misma que Pozos ha narrado a sus seguidores para mantenerlos esperanzados.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.