Dos comentarios sobre este fin de semana. El primero es que en el mero centro de la ciudad de Mérida vi una manifestación de veganos. No se preocupen, mis buenas conciencias, ningún vidrio, muro o monumento fue roto ni pintarrajeado. Tal vez por eso nadie hizo caso a estos muchachos salvo el muñeco fifi que esto escribe y que quedó pasmado con el cartel que portaba una manifestante: “Eat pussy, not animals”, decía.
Brillante descubrimiento ese del “Eat pussy, not animals”, a fe de este escribidor. El estimulante sabor de un ceviche de mariscos y la preservación del planeta servidos en la misma alcoba. Obedézcase y cúmplase de inmediato en nombre del amor y de las futuras generaciones.
Lo otro es espeluznante. En los últimos dos años han cerrado infinidad de negocios en Campeche, síntoma de que la situación económica está más fea que pararte bajo el segundo piso de Alito a recibir una lluvia de escombro. Pero no tenía idea de la magnitud del desastre hasta que este fin de semana recorrí varias plazas comerciales yucatecas y no vi a un sólo campechano. Nada. Ni siquiera en Altabrisa encontré esos rostros perplejos de quienes visitan el extranjero. Caraxo, pensé, entonces sí ya estamos en fase terminal.
Campeche, la madre querida de marinos audaces y valientes, agoniza. La cosa está más fea que remojarte en los estanques del parque Moch Couoh que construyó Alito.
Besitos.
Tantán.
La imagen la tomé de Internet.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.