…ya canso.
Me informan, leo, me susurran que a Herrera lo renunciaron por haberse enfrentado al comentarista preferido de TVAzteca. Ese fue su único error, dicen unos; el error más grande, dicen otros; pero ambos bandos coinciden en que los periodistas, comentaristas, etcétera, por el hecho de portar micrófono, son capaces de despedazar lo que toquen con su verbo nuclear y eso aniquiló al Piojo.
Nop, ese cuento está muy redondo para aguacate. Pregunto: ¿Martinoli era el responsable del andar titubeante, pasmoso, inoperante de la Selección? No. Ese honor recaía el técnico. ¿Puede un comentarista provocar el despido de un entrenador si el equipo juega bien? Tampoco. En ese caso, la misma afición que pidió la cabeza del Piojo hubiera descuartizado a Martinoli.
Por otro lado, la supuesta manipulación que pretendían periodistas y comentaristas según los maestros de la cospiración, por lo menos en televisión, tenía dos caras. Durante los torneos América y Oro la Selección fue empeorando inexorablemente. La sima llegó en el encuentro contra Panamá que, a fe mía, es uno de los más asquerosos que he presenciado en mi perra vida, y miren que de niño me aventaba hasta los del Zacatepec contra la Unión de Curtidores.
Y en cada una de esas consternantes demostraciones del tricolor, las televisoras tuvieron lecturas distantes.
En TV Azteca, Martinoli, García y hasta Campos, en el lenguaje primitivo que mastica, apalearon a la Selección y exigieron la renuncia del Piojo; en cambio, en Televisa contaban sobre una gesta heroica, una milicia indómita que se batía contra las fuerzas invasoras de Napoleón III; poco faltó para que después del encuentro del trabuco nacional contra diez mataperros panameños, que ganamos milagrosamente, Pietrasanta exclamara que las armas mexicanas se habían cubierto de gloria.
Al final, triunfó el criterio de quienes bostezamos durante los 90 minutos reglamentarios, los 30 minutos de tiempos extras y exigimos que Guardado metiera los penales porque también de errores arbitrales se vive cuando de calidad no se puede. La verdad, la única gesta heroica sucedió en la imaginación del arbitro, nuestro mejor jugador, el Messi azteca de aquella noche.
Con esos antecedentes, me parece que el supuesto complot mediático contra el Piojo es tan cierto como el amor que se profesan Manuel Velasco y Anahí.
Aclarado lo anterior, paso a la madriza. Si en algo influyó el round de sombra de Miguel Herrera contra Martinoli fue, tal vez, en que aceleró el proceso de descomposición del técnico nacional, que desde hace tiempo había perdido el control de su equipo y de su ego.
Digamos que el Piojo quiso seguir la táctica de Peña Nieto con Aristegui y silenciar a su crítico más feroz, pero olvidó que para muchos las casas blancas y Ayotzinapa son cosas que suceden en el espacio exterior, mientras que el fútbol y la Selección son temas sagrados que, además, los medios nos suministran a cucharadotas. De ahí que buena parte de los mexicanos crean que en las piernas de los seleccionados radica la dignidad nacional, y esa dignidad se estaba desintegrando con la misma velocidad con la que el peso se derrite frente al dólar sin que el Piojo, esa especie de Videgaray sin pescuezo, tuviera el remedio para evitar el desastre; de encima, tuvo la magnífica idea de ir a tirar madrazos en el aeropuerto de Filadelfia. En el juicio del populacho, la condena fue casi unánime.
No, Martinoli no era el responsable del deprimente funcionamiento de la Selección y tampoco posee la verdad absoluta. Si no les gusta, cambien de canal. Pero en la etapa de Miguel Herrera ni apretando el botón del control remoto para buscar narraciones menos cruentas, sarcásticas, inhóspitas, lográbamos el milagro de que la Selección dejara de odiar la pelota y se aproximara a lo que debe ser un equipo de fútbol. Mucho antes de tirar el primer puñetazo, el Piojo ya estaba fuera.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.