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Brutalidad institucional

 
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Dos meses y siete días después de la marcha convocada por Alito para apoyar a los mexicanos en EU, sus agentes policiacos agredieron a dos mujeres y una menor de edad, mexicanas las tres, en pleno centro histérico de la ciudad de Campeche.
La golpiza no fue por encontrarlas sentadas en línea amarilla, portar rebozo polarizado ni porque una de ellas sea sospechosa de llamarse Ubertina: fue, dicen, por vender artesanías en el recinto amurallado, delito que en tierra de liberales y heroicos burócratas es mucho más grave que saquear el erario.
Ese mismo día, el ocho de abril, el secretario de Seguridad Pública Jorge Argáez (Cuquito) posteó en Facebook una especie de defensa de sus animAlitos que debería ser incluida en una antología universal de la estupidez.
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Los siguientes dos párrafos son opcionales. Léalos bajo su propio riesgo:
El texto de Argáez está basado en la única estrategia que conoce para encubrir su incapacidad: criminalizar a las víctimas. Recordará usted, lector masoquista, que la explicación de Cuquito para la epidemia de robos es que no tenemos la protección adecuada, y si nos roban en el coche es porque por idiotas dejamos a la vista objetos de valor. La salvación, según él, es meter casa, objetos y familia en la cajuela.
Y cuando no puede criminalizar a las víctimas, publica en todos los periódicos (hasta en los que todavía no ha comprado Alito) gráficas que certifican que somos la entidad más segura del cosmos, la forma más infame de decirnos que nuestros muertos, nuestras propiedades y la integridad de nuestras familias son intrascendentes en tanto los números cuadren con los deseos del Supremo Idiota y su ilusión de solucionarlo todo a partir de declaraciones ridículas y estadísticas manipuladas.
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En su escrito sobre las artesanas chiapanecas vejadas, Cuquito repitió el esquema que le ha dado fama internacional: las culpó. Sin prueba alguna las acusó de ladronas, de hacer sus necesidades en la calle y de insultar moros y cristianos, y después ascendió a la cumbre más alta del cretinismo al señalar que son regenteadas por gente que “las utiliza y explota”.
Si el secretario de Seguridad revela algo tan grave como la trata de personas es porque tiene evidencias, entonces ¿por qué no fue tras los tratantes y cortaba el mal de raíz? ¿Qué cacahuate perverso en la cabecita de Cuquito aportó la idea de que las artesanas explotadas solo podían ser redimidas con una golpiza bien puesta?
Luego de enlodar a las víctimas, Cuquito se enfiló contra quien grabó y posteó el video porque “no explica en su totalidad lo que sucedió, sólo publican lo que conviene para desprestigiar”. Otra vez, la culpa es de los otros. ¿Qué cosa tan terrible pudo haber sido borrada del video que atenúe la canallada de los policías? ¿Quién o quiénes son los que intentan desprestigiar a la Secretaría de Seguridad? ¿Las personas que presenciaron el hecho y defendieron a las víctimas participan también en esta conspiración universal contra Cuquito y los implantes mamarios del Supremo?
Y por último, la perra, de tan brava, mordió al patrón.
Argáez incluyó en su texto el obligado beso de sabañón al gobernador, costumbre repugnante que se considera de buen gusto entre los burócratas locales. Sólo que en esta ocasión el beso fue letal. Alito no tenía nada que hacer en el trabalenguas, lo pertinente era no mencionarlo, pero Argáez lo trajo a cuento al indicar que el Supremo nunca ha instruido acciones contra ningún ciudadano, minoría o persona, y lo embarró sabroso.
Me quedo con las ganas de preguntar cuál es la diferencia entre ciudadano y persona en pos de un chisme mejor: si el gobernador ha instruido a los policías para que actúen acatando la ley y no obstante se han incrementado exponencialmente las agresiones contra ciudadanos, entonces Alito no tiene control sobre Argáez y sus muchachos. Y si tampoco está al tanto de la prepotencia y grosería de los uniformados a pesar de que las quejas abundan, entonces ¿en qué Campeche habita?
Por sus ganas de chupar pezuña, Cuquito terminó confesando por qué el auge criminal: incapaz de poner orden en su propios policías, que se han convertido en maleantes oficiales cómplices de los otros, los que deberían combatir, el Alito que vegeta en Alitolandia ha convertido la Seguridad en un desastre inmune a los selfies felices.
El post de Argáez sobre lo sucedido en el centro histérico debería ponernos muy nerviosos, porque la justificación de la violencia policiaca a partir de acusaciones infundadas no la hace cualquier persona, la hace el secretario de Seguridad Pública, y los delirios paranoicos de alguien con ese cargo acaban siempre con civiles masacrados por la brutalidad institucional.
Estamos en el peor de los mundos posibles. Entre la violencia verbal de Alito contra sus críticos, los enemigos de Campeche; la violencia policíaca contra la sociedad y la delincuencia que florece sin freno y nos tiene arrinconados, vivimos con miedo.
Y lo que falta: es cuestión de minutos para que presenciemos una desgracia mayúscula, de esas que marcan época, desgracia que Cuquito tratará de minimizar argumentando que las víctimas se kagaban en vía publica.
Besitos.
Tantán.
 
 

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Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.

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