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El cambio verdadero y los jóvenes beisbolistas

Me entero que el gobierno de “Laydita no tiene trabajo” trató a unos jóvenes beisbolistas con una crueldad inaudita: los envió a competir a un torneo regional en un camión sin baño y sin cinturones de seguridad que quedó varado en Seybaplaya por problemas con el aire acondicionado.

Si a Vladi y Alito, sus clientes en el burlesque de los martes del jaguar, Layda los ataca revelando que son tan torcidos que toman vodka de tamarindo, con los 40 muchachos escaló su perversidad y los comprimió en un temazcal rodante y sin bacinicas, porque el transporte de primera está reservado para campañas políticas o el traslado a las marchas que convoca Amlo.

Es simple: la maleta que llevaba Pozos en el video que lo inmortalizó tenía más espacio que el autobus en que los peloteros viajaron enlatados durante 14 horas hasta llegar a Córdoba, Veracruz.

Lo anterior me lleva a una pregunta: ¿qué es el Cambio Verdadero, en qué se diferencia del priismo cancerígeno que sufrimos tantos años?

A mediados de los ochenta, el equipo de basquetbol de Champotón, en el que yo jugaba, y varios deportistas de otras especialidades representamos a Campeche en una competencia nacional cuya sede fue Oaxtepec, Morelos.

Para el viaje nos metieron en un camión de la Cooperativa Esperanza, los que hacían la ruta a Lerma, con asientos de plástico diseñados para convertir tu columna vertebral en coctel de ostión; con pocas ventanas corredizas todavía en su lugar, las demás eran huecos con bordes filosos propagadores de tétano; sin baño, por supuesto, por lo que las urgencias corporales requerían de una perfecta sincronización del grupo; y en el ascenso al altiplano la sincronización ya no se necesitaba en los esfínteres sino en la fe, porque el motor empezó a dar señales de que no estaba para el desafío de remontar dos mil metros sobre el nivel del mar y en ciertos momentos parecía que en lugar de subir, caíamos.

En la madrugada reventó una tormenta cinematográfica, el viento y la lluvia se colaban por donde los viveros de tétano y tuvimos que tirarnos en el pasillo, tapándonos con lo que podíamos, esforzándonos por dormir para que lo que fuera a pasar nos sorprendiera soñando con un ADO.

Y para ahondar mis penurias resultó que la unidad estaba equipada con un estéreo marca Munstang con muchísimos foquitos morados, y las únicas que llevaban música eran las Venadas Delgado, un casete de sesenta minutos con los éxitos de moda. Veinticinco horas de viaje, veinticinco veces me soplé “Arriba Villa (arriba, arriba)” y “Uouo, autos, moda y rocanrol, uouo, nuestra ci-vi-li-za-ci-ón”.

Por suerte, si se me permite el término, de regreso la tortura musical sólo se reprodujo 23 veces, porque el camión tronó en Escárcega y el trayecto final lo hicimos en un camión cañero entre remolinos de tizne, y sobre eso mejor pregúntenle al Araña Rosado porque la ira me bloqueó el mecanismo de la memoria.

Toda esta travesía, todo ese tiempo, tuvo como ruido de fondo el gobierno de De la Madrid, su “Renovación Moral de la Sociedad”, la lucha frontal e implacable contra la corrupción que dejaron los de antes, limpieza que desembocó en el fraude del 88 y la presidencia de Salinas de Gortari.

Me entero de lo que le sucedió a los beisbolistas hace unos días, recuerdo aquel viaje a Oaxtepec y encuentro similitudes que confirman que estamos atorados en una realidad lodosa y asfixiante que, más allá de nuestras aventuras deportivas, lo abarca todo.

Lo que nos sucedió es lo mismo que le sucede a la ciudadanía: hay el entusiasmo, las ganas de hacer, pero estas rebotan una y otra vez con la indiferencia, la ineptitud y la infinita corrupción del gobierno, sin importar siglas.

Así las cosas, pregunto otra vez: ¿en qué consiste el cambio verdadero?

Porque da la impresión por lo visto hasta ahora de que el cambio tiene las mismas mañas que el priismo nonagenario, aunque no discutiría con ustedes si me corrigen la plana con una versión distinta: durante el jurásico tricolor ya vivíamos en la gloria del cambio verdadero, pero no lo sabíamos.

Besitos.

Tantán.

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Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.

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