Trepado en la proa de un unicornio, nuestro Supremo Alejandro Moreno anunció en su Primer Informe de ilusiones ocho obras monumentales. Un año después, en el Segundo Informe, bajó la dosis de sargazo tierno en el torrente sanguíneo y redujo a cuatro las barbaridades.
Dejemos de lado la perfecta inutilidad de la mayoría de estas obras, imaginemos que no son un negocio para el gobernador y sus empresarios constructores, olvidemos que la mala planeación y la soberbia institucional han convertido los trabajos en un dilatado y costoso desastre, y concentrémonos en esto: las edificaciones son para San Francisco de Campeche y si al caso una para Carmen, el resto de la entidad descanse en paz.
Pero el recurso para levantarlas pertenece a todos los campechanos.
A estas alturas, derrochar el dinero de todos sumándole curiosidades al malecón (al que sólo le falta el peluche, la virgencita y el estéreo con lucecitas para convertirse en tablero de taxi) mientras que desde Palizada hasta la frontera con el primer mundo yucateco sólo hay ruinas, es una estupidez.
Sé que el disco duro de Alito está saturado de motos, avioncitos, ropita Louis Vuitton y otros delirios normales en un híbrido entre adolescente perpetuo y nuevo rico, pero alguien debería explicarle que los recursos del gobierno que encabeza provienen de los impuestos que pagan los 900 mil habitantes de los 11 municipios, que es el gobernador del estado y no el alcalde de San Francisco de Campeche, y que por tanto su deber fundamental es distribuir equitativamente por todos los pasillos de la entidad sus primorosas maquetas.
Besitos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.