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El jaguar vs. las motos indocumentadas

Ahora bien, si doña Layda y su Secretaría de Seguridad iban a lanzarse a esta cruzada para imponer la sensatez vial y recaudar fondos, era obligado planificar milimétricamente cada paso y es fácil establecer el por qué: en Campeche hay más motos que baches, la pobreza es generalizada, la burocracia es un estorbo y la responsabilidad ciudadana un mito…

No veo mal que Seguridad Pública infraccione a quienes conducen motos calzando chanclas, es evidente que un fallo de sincronización entre uña, sabañón y pedal puede causar un accidente.

Tampoco es un desacierto que se combata ese espectáculo común en nuestras calles: seis personas trepadas en una motocicleta Itálika, incluyendo tres niños sin casco y un bebé colgado del escape, tentativa de suicidio colectivo que si fracasa comunmente es porque en Campeche hasta la fatalidad es huevona.

Además, es justo que la autoridad exija la regularización de permisos, licencias, placas. Sí, entiendo, los impuestos son repugnantes, pero o los pagamos todos o no los paga nadie, y si nadie los paga el gobierno no tendrá recursos para logros trascendentes como los zapatitos solidarios de Fernando Ortega, las maquetas de Alito, el desabasto de medicamentos originado en el prianismo y continuado por AMLO, o las estrategias de comunicación política del tal Seso Loco, sobrino amado de doña Jaguara.

Ahora bien, si doña Layda y su Secretaría de Seguridad iban a lanzarse a esta cruzada para imponer la sensatez vial y recaudar fondos, era obligado planificar milimétricamente cada paso y es fácil establecer el por qué: en Campeche hay más motos que baches, la pobreza es generalizada, la burocracia es un estorbo y la responsabilidad ciudadana un mito.

Así, el primer desafío era elegir el momento para iniciar la cacería. Hacerlo en la cuesta de enero era rudeza innecesaria, pero hacerlo en la cuesta de enero cuando estaba pronosticado un repunte brutal de la pandemia por la variante Ómicrón que se fue de fiesta de fin de año, era criminal. Eligieron enero.

Después de definir el momento perfecto, entonces tendrían que haber fatigado el segundo episodio: recabar datos para saber a qué se iban a enfrentar, porque si vas a quitarle las motos a media cristiandad es lógico suponer que se te vendrá encima una multitud enardecida ansiosa por recuperar sus naves y ponerse en regla; por tanto, era vital conocer cuántos motociclistas hay en el estado, cuántos con licencia vencida, cuántas unidades en total y cuántas irregulares, para tener idea del personal necesario para desahogar los trámites, del número de módulos que debes instalar y dónde ubicarlos, de cómo y cuándo divulgar la información, etcétera.

Pero no, mejor lo hacemos todo al frutazo y así, al colisionar la aplicación del reglamento de tránsito contra la desidia sabia del pueblo bueno y la inoperancia de una institución fosilizada como la SSP, se armó la pelotera que todos esperábamos.

La policía “aseguró” centenas de máquinas en operativos atrabiliarios cuando sólo pueden gestionar decenas de trámites; los ciudadanos, desesperados, peregrinan entre los escasos centros de atención pero todos están saturados; el caos es total, el enojo se extiende y el Òmicron también lo haría de no ser por los tapetes con aguita de jabón y cloro que no sirven para nada pero por lo menos son inútiles.

Campeche siendo Campeche.

Como diría doña Jaguara: vayan y quítenle la moto a la madre que los parió.

Peor aún, antes de pensar en confiscar motocicletas, mi niña Layda debió haber razonado sobre las opciones de movilidad existentes, que no por gusto nos ponemos en riesgo convirtiendo una Itálika en condominio, y entonces habría caído en cuenta de que lo que hay es terrible: taxis y microbuses que son depósitos de tétanos, santuarios del maltrato al usuario y centros de alto rendimiento para el tercermundismo, todo ello perpetrado por el Instituto del Transporte, que nació con la finalidad de mejorar el sector y acabó siendo, por empeño de la torpeza y de una infinita corrupción, el principal promotor del desastre.

Por el transporte público debió haber principiado mi Evita Cazón, por trabajar en más y mejores ofertas de movilidad, pero ya ven ustedes que cada cabeza es un mundo… rojo.

Pues bien, ya con la crisis montada en el espinazo, la gobernadora entonó ese himno a la improvisación que se llama “De reversa, mami” para calmar la bronca y anunció que no cobrarán corralón ni grúa a las víctimas de la cacería policiaca, que se ampliarán los plazos de regularización, que a todos llegará, llegará, llegará ra ra su turno de alimentar el apetito presupuestal del jaguar vía refrendos y otros enjuagues, etcétera.

La conclusión de todo este desmadere es que la ejecución fallida de la cruzada ha sido un duro golpe a la confianza en el régimen que apenas comienza, y no sólo eso: ha resultado una mina de litio para el textoservicio de Alito, que hambriento como está, capaz de despedazar a Layda aunque inaugure maquetas, halló en el tema argumentos de sobra para la estridencia mediática.

Reduciéndolo todo a blanco y negro, como en una Mañanera cualquiera; simplificando el conflicto hasta convertirlo en un choque entre el pueblo bueno y pobre que usa motos y la niña rica que nos manda y viaja en vehículos de lujo, el intento de proteger a los motociclistas de sí mismos se ha vuelto, por la astucia de los perros de prensa y tropiezo de la burocracia inepta, en un desplante de clasismo de la 4T campechana, versión que se ha propagado con una rapidez que deja al Ómicron en calidad de poste reumático.

No sé ustedes, pero yo tengo la impresión de que este gobierno se conduce con chancletas.

Besitos.

Tantán.

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Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.

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