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La austeridad según el Supremo


 
Desde el inicio de sexenio advertimos un divorcio bestial entre el discurso de Alito y la perra realidad. Si el Supremo (idiota) anuncia que Peña Nieto es nuestro amigo, el Presidente nos hace lo que el padre Maciel a sus legionarios; si jura que somos la entidad más segura de México, las cifras del Secretariado Ejecutivo, las únicas confiables según el gober, nos ubican en el quinto lugar nacional en incremento de homicidios.
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Por tanto, cuando hace unos días lo escuché hablar de austeridad y racionalidad en el gasto público, la primera reacción, la instintiva, fue fruncir el asterisco y cerrar los ojos. Y el instinto rara vez se equivoca.
Para saber qué esperar de este ajuste post-gasolinazo recurrí al presupuesto 2017, documento en el que Alito establece el primer acomodo de las finanzas públicas después de la criminal reducción de las participaciones que nos propinó “nuestro amigo” Peña Nieto. Lo que encontré es aterrador.
Según Alito, su compromiso fundamental es con la Educación, pero ese compromiso es tan real como su dentadura de 400 mil pesos. El peor recorte de este año, el más cruel, fue, precisamente, en Educación: le quitó 413 millones de pesos.
Peor aún. Dos terceras partes de las escuelas campechanas presentan problemas en infraestructura que en muchos casos son bastante serios. Pero el presupuesto para mantenimiento de la infraestructura escolar disminuyó en 346 millones de pesos. No se detuvo ahí.
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Alito violentó Rectoría por orden de González Curi, en uno de los episodios más célebres de la liberal y heroica antología de la infamia; destrozó el prestigio de la UAC haciéndose pasar como abogado egresado de la Facultad de Derecho cuando apenas puede escribir su nombre sin faltas ortográficas; impuso a su tío como rector y, por último, este año esfumó 28 millones del presupuesto universitario.
Y también se ensañó con los Tecnológicos. A la Universidad Tecnológica de Calakmul le desapareció un millón de pesos; al Instituto Tecnológico de Champotón, 5 millones; al Tecnológico de Escárcega, 6 millones; al Instituto Tecnológico Superior de Calkiní, 5 millones, etcétera.
Ah, pero Alito sólo suprimió 160 mil pesos a su oficina y así, con ese drástico tijeretazo, sólo dispondrá de miserables 200 millones de pesos. Repito: 200 millones de pesos.
Para poner en perspectiva sus PRIoridades, los 200 millones que recibirá su oficina equivalen a lo que ingresa anualmente al estado por el peaje del Puente de la Unidad, y representan 73 millones de pesos MÁS que el presupuesto del Instituto Campechano, que es de 127 millones de pesos.
La única diferencia es que en el Instituto Campechano, con esos 127 millones de pesos, se le proporciona educación a 2 mil 400 alumnos y salario a centenas de personas, entre docentes y administrativos, en tanto que los 200 millones de Alito se distribuirán en suburbans blindadas y toneladas de guaruras, elementos indispensables para gobernar la entidad más segura del país, según sus cuentas.
La desintegración de Pemex ejecutada por nuestro amigo Peña Nieto nos ha destruido, y Alito ha dejado clara la urgencia de resucitar la economía invirtiendo en el campo e impulsando la pesca y el turismo.
Su preocupación por desarrollar esos temas es notoria. A la Secretaría de Desarrollo Económico le presupuestó 55 millones de pesos, 145 millones de pesos menos que a la Oficina del Gobernador; a Desarrollo Rural 116 millones, a Pesca 56 millones y a Turismo 74 millones de pesos.
Estos, repito, son datos tomados del presupuesto para el 2017, aprobado antes del gasolinazo y de las promesas de austeridad de Alito en el programa de López Dóriga, y sirven para predecir lo que nos espera con el nuevo y obligado reajuste del gasto.
No está lejos el día en que Alito proponga reactivar el campo sembrando suburbans para cosechar guaruras, o que, como ocurrió con la Copa Davis o la Motonáutica, se le ocurra dinamizar la economía organizando una carrera de motocicletas en el malecón de Campeche y para ello mande a retirar los pasos peatonales… perdón, esto último ya lo hizo.
Besitos.
Tantán.

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Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.

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