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La Rosa de Guadalupe



Algo olía a podrido en la vecindad, escribió Shakespearito. Dado el perfil de Peña Nieto, el Fernando Colunga de la política, era predecible que una vez suelto, sin apoyo escenográfico ni apuntador, haría desastre y medio porque la ignorancia y la poca sal en la mollera son imposibles de ocultar. A partir de las barbaridades en la FIL y posteriores disparates se cumplieron las predicciones, pero lo extraño es que Televisa no haya intervenido para colocarle un chaleco antibalas o dar un golpe maestro en defensa del androide.

Cierto que han habido pálidos intentos de blindarlo: López Dóriga le agregó esplenda a los rebuznos del candidato, Adela Micha dijo que la lectura es intrascendente a la hora de gobernar, Marín afirmó que los que atacan al priista en redes sociales son unos ignorantes, y Loret de Mola insinuó que las agresiones eran pagadas, sin presentar pruebas.

En esos menesteres es justo reconocer y darle una croqueta a Roy Campos, la mascota mejor entrenada para guardia y protección, por atreverse a declarar que el bombardeo en redes sociales contra el candidato del PRI no lo afectaría en forma negativa (¿será que Mitofsky fue la encuestadora preferida de Mubarak en Egipto?).

Pero eso ha sido todo.

Dado el tamaño de Televisa y los intereses en juego, una respuesta tan tibia no sólo me parecía insuficiente sino sospechosa y eso me tuvo angustiado hasta que un capítulo de la Rosa de Guadalupe, el de la niña que se lanza desde un décimo piso y es salvada por la morenita del Tepeyac, bañó de lágrimas y mocos a la gran mayoría de los antropomorfos de éste país y descubrí el hilo tibio: ahí, en esa serie, es donde la televisora prepara un capítulo que será el pasaporte automático de Peña Nieto a la Presidencia.

Aquí, la historia:

Una niña que lo tiene casi todo: es rica, bonita, arrogante pero blanca y devota de la virgencita de Guadalupe, necesita urgentemente un trasplante de riñón.

Su papá, un ministro rete bien guapo, humilde, cariñoso y devoto de la virgen de Guadalupe, desespera. La felicidad de saberse el próximo Presidente no le basta porque no ha podido conseguir un donador.

La mamá, una ex actriz rubia, hermosa, humilde, divorciada pero devota de la virgencita de Guadalupe, presa del sufrimiento, se aporrea por las paredes de su casa, cual papalota moribunda, porque siente cerca la fatalidad hasta que su desesperación produce una idea para salvar a su hija:

El ministro es recibido por el dueño de la televisora más importante del país, un tipo alto, blanco, humilde, misericordioso, servicial, devoto de la virgencita de Guadalupe y del América. Después de humedecerle los sabañones, le cuenta la desgracia de su hija y recibe una promesa: en cada programa darán a conocer su caso, seguro que con eso y con la ayuda celestial pronto encontrarán un donante. Los dos miran suplicantes el cuadro de virgen y entra comercial de mayonesa.

Una niña morenita, generosa y devota de la virgencita de Guadalupe, prende la televisión. La señorita Laura habla de la desgracia de la hija del ministro, advierte que puede morir de un momento a otro, ruega por un donador y dice tener fe en que la virgencita de Guadalupe hará el milagro. Luego presenta el caso de la mujer lujuriosa que sedujo a su cuñado, a su suegra y a sus 14 sobrinos, entre ellos un bebé de 7 meses. La niña prole siente que la virgencita le habló a través de doña Laura, decide donar un riñón y buscarse un novio con una mamá no tan fea.

La niña blanca se niega a operarse: no soportaría que sus amistades se enteren que el agua Perrier, la única que ingiere, es convertida en Coca Cola de envase de dos litros no retornable por culpa de un riñón zarrapastroso. Pero su papá la convence contándole una historia: “Hija, una vez leí en un libro llamado La silla del águila de Enrique Krauze que una jovencita, la hija de un Presidente de México, invitaba a sus amigas a Los Pinos para que se sintieran loosers, envidiosas y proles”. “Te amoooooo, papá; eres mi máximo, nunca cambies, xoxo”.

La operación es complicada, anuncia el médico. Las cotidianas sobredosis de tortilla hecha con maíz transgénico intoxicaron el órgano a trasplantar, su hija puede no tolerarlo y morir. Lo único que nos queda, dice, es tener fe en la virgencita de Guadalupe. El ministro y su esposa lloran abrazados y entra infomercial de Malungay, el árbol de la vida que cura hasta virus cibernéticos.

Horas después aparece el médico. La operación fue un éxito. Los padres ingresan a la habitación donde las niñas yacen agarraditas de las manos; todos se abrazan, levantan la vista y agradecen a la virgencita. La cámara realiza un acercamiento a las manos de las niñas, la imagen se paraliza unos segundos y entra a cuadro Lucero, que llora ante la virgen en la Basílica mientras canta la versión reguetón de “Cuéntame las pecas en la espalda” featuring Don Omar, Pitbull, Wisin & Yandel.

Al terminar la interpretación de Lucero, don Omar, Pitbull, Wisin & Yandel, un montículo hecho a base de botox cuya voz es igualita a la de Silvia Pinal dice: “No importa qué tan grande sean tus problemas, no importa si has llegado al final de tus fuerzas y crees que desfallecerás en cualquier momento. Como sucedió con la niña rica, que agonizaba por falta de un riñón y milagrosamente encontró un donante, tú también serás salvado porque la virgencita y el PRI están siempre pendiente de sus hijos”.

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Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.

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