Hermanas y hermanos en la fe del rabí de Macuspana: estamos a un año de convertirnos en leyenda, de enviar al basurero de la Historia a la casta política que nos ha saqueado durante décadas para coronar, por deseo del pueblo, bañado, jamás será engañado, a esa niña de talle juncal nacida en la pobreza y crecida con el abono de la integridad y la honestidad paterna, que por cuarta vez es nuestra esperanza*.
Ahora sí, amados míos, Laydita ganará el 2021 y prometiendo que limpiará los establos del gobierno de Campeche de arriba abajo, como las escaleras, porque esa patraña le resultó muy efectiva a AMLO en su periodo como candidato mitómano, y porque luchar contra la corrupción monopolizándola es un compromiso con los valores que mamó en familia. Sí, sépanlo: la niña Layda es fruto de un hombre cuya única misión fue servir al pueblo a través del PRI, que ganó el sustento con el sudor propio sin robar nunca un peso de más; que a base de constancia amaneció un día dueño de medio Campeche y, además, dicen que de forma muy humanitaria, sin torturas ni amenazas de muerte, se anexó un idílico lugar llamado San Lorenzo. Un personaje político que, codo a codo con otros de similar estatura, amaron tanto a la patria que la escrituraron a su nombre o la guardaron en sus cuentas bancarias durante esa etapa que algunos chairos, manipulados por intereses bastardos, señalan como los 80 años de saqueos prianistas.
A esos que con mala vena y peor digestión critican a Layda por su edad y postulan la juventud de Eliseo como el remedio urgente para el estado, les advierto: mi niña es apenas mayor que Carlos Miguel Aysa, pero esos 5 años de diferencia no se manifiestan en ataques de artritis ni demencia senil sino en dinamismo y sabiduría, virtudes maduradas a lo largo de ochenta años e inmunes al kung fu pibil del mini Alito yucateco.
Nadie más que Laydita tiene la rectitud, los merecimientos y el temple para guiarnos por las verdes praderas de la felicidad, y lo sabemos quienes hemos seguido su trayectoria por los 17 partidos en que ha militado y las innumerables legislaturas en que ha desplegado su agudeza y fustigado a quienes han traicionado convicciones transformándose en trapecistas políticos a cambio de 30 monedas y posiciones para sus propios Aníbales; y, bendición mayúscula, nuestra líder es adelita de AMLO, el mismo que nació héroe patrio, cuyo pecho no es bodega sino santuario del san Bartlett de las Casas, y que no usa tarjeta de crédito porque lo único que le importa son los tamalitos de chipilín al natural y sin conservadores.
Por lo anterior, es una verdad podemos decir que consumada que en un año, gracias al pueblo, hambreado, jamás será babeado, Laydita, niña nuestra, torre de marfil, arca de la alianza y Palacio de Hierro, esparcirá desde la cumbre del poder campechano el legado que corre por su sangre para mayor gloria de la entidad.
¡Fuera los “corructos”, las “corructas” y los que son así quién sabe cómo!
Amén.
Besitos.
Tantán.
*El 2009 no cuenta. En ese año Layda no nos esperanzó porque prefirió traspasarle sus poderes a Fernando Ortega, quien tomó esos dones y los convirtió en Niño Contralor, zapatito solidario y yate de carnicero.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.
