Moch Couoh es nuestro único héroe y, pobre, pagó caro el atrevimiento de haber sido hombre en tierra de champotoneros. A cinco siglos de la batalla que configuró su legado, organizaron en su nombre un festival ejidal indigno del lugar que convirtió en la excepción de America, y para perpetuarlo le hicieron una triste piñata que el gobierno presentó como estatua de bronce.
Un tipo se colgó de la estatua de bronce y rompió la piñata.
Veloces cual saetas, los textoservidores salieron en defensa del amo y trataron de minimizar la responsabilidad del que les paga el chayo clamando por castigos medievales contra el vándalo, tabasqueño para acabarla de amolar, que mutiló al Mocho. Y sólo contra él. Sí, de acuerdo, el vándalo tiene que ser castigado, pero también debe conocer la justicia el otro bandido, ese que desde un cargo de gobierno aprovechó para seguir saqueando a la dos veces heroica y mil veces empobrecida comarca champotonera.
Qué tristeza. El heroísmo de la Tarántula Lisiada, que defendió su suelo del invasor, solo sirvió para estimular la ambición e incrementar la cuenta bancaria del alcalde y del gobernador. La valentía y la dignidad como pretexto para un festín de ratas.
Y no me lo van a creer, pero sospecho que esta historia, además de las transas patéticas y de la miopía selectiva de los textoservidores, tal vez explica fenómenos como la fascinación de nuestra Selección por las derrotas: con mucha razón los jugadores prefieren fallar los penaltis y ser tachados de pendejos que meterlos y merecer una estatua, que cuando es de bronce sirve como cagadero de palomas, y cuando es de cartón y engrudo se convierte en la obsesión de tabasqueños colgantes.
Besitos.
Tantán.
Soy aborigen champotonero, licenciado en Ciencias Ocultas y Administración Púbica, adicto a los Pumas de la UNAM y a las tortas de cochinita de Sacha, feliz de haber pasado media vida en reventones, orgías y actividades similares y afligido por haber desperdiciado miserablemente la otra mitad, y dedicado al periodismo para cumplir fielmente la profecía de mi abuelo Buenaventura Villarino, hombre sabio y de fortuna, que más o menos decía así: “Estudia mucho, hijo, o acabarás de periodista”. Besitos. Tantán.